El pasado sábado, en su columna semanal del suplemento cultural del ABC (“Comunicados de la tortuga celeste”), Andrés Ibáñez sacó a la palestra una invectiva contra el microrrelato que ha levantado ampollas (pocas, no vayan a creer). Una golondrina no hace verano, pero el texto del excelente novelista, ya sea por su intención provocadora y su tono mordaz, ya sea porque se suma a otras incrédulas voces recientes (la de José Luis García Martín o la del mismísimo Javier Marías) o porque simplemente resulta fácil atacar a uno de esos autores secretos cuyo reconocimiento social nunca sonrojará al que le impone las orejas de burro, ha espoloneado hasta tal punto a las hordas de microrrelatistas (reconozcamos ya que es difícil encontrar lectores puros de microrrelatos) que han hecho piña y cruzada común en blogs cómplices (con piel de condescendientes) para proferir graves descalificaciones, por torpes, infundadas y hasta soeces, hacia el autor y su obra (¿por qué no lo harían contra Javier Marías?).
Aunque hemos declarado en varias ocasiones nuestra admiración por Andrés Ibáñez, no son la conmiseración o el revanchismo los que nos mueven a recoger su testigo. Esa segunda parte de las polémicas en la que aparecen el “y tú más” o el “rebota, rebota y en tu culo explota” (véase, en este sentido, la réplica del profesor Fernando Valls aquí), tan rentable para sumar lectores y desintegrar en la polvareda de la porfía las razones de la misma, no encaja con nuestro estilo (así nos va) ni casa con nuestra credulidad: al parecer, Fernando Vals le presenta libro a Andrés Ibáñez el próximo mes en Santander. A nosotros lo que nos interesa es hablar de mineralismo, por eso quiero retomar los dos argumentos principales con los que Ibáñez cuestiona (en el reducido ámbito de una columna) esa fórmula narrativa tan de moda que viene siendo el microrrelato.
Los microrrelatos “no son un género narrativo”, sostiene el autor de El mundo en la era de Varick; no son literatura, no son nada, añade también iracundo, aunque luego atenúa la fuerza del último axioma con las excepciones de rigor. El microrrelato no es un género narrativo. He aquí el cogollito teórico. Negar su estatuto genérico supone negar (con perdón de Benedetto Croce) su nombre, su identidad. Pero, ¿podría ayudar a los microrrelatistas alguna de las teorías sobre los géneros literarios? Veamos.
Desde una concepción clásica, ciceroniana, del género como forma artística ideal, parece claro que no se puede justificar su singularidad. Por los medios, por los objetos y por los modos de imitación, el microrrelato simplemente hermana con el género narrativo. Tampoco la modalidad, el estilo o el decoro lo ayudan a distinguirse. Aunque siempre se podrá replicar que tampoco el cuento se diferencia así de la novela. Vale. Sigamos.
¿Nos ayudará Brunetière (dejemos a Hegel para luego), su teoría evolucionista y positivista de los géneros, cómoda y rentable para la industria y el mercado del libro, a singularizar el microrrelato? Para comulgar con esta opción, habría que consentir que el género ha tenido, que tiene, una evolución histórica, porque como una “especie” más de la Naturaleza está sometido a un proceso de diferenciación.
Los teóricos del microrrelato (los hay, aunque los microrrelatistas furibundos, con sus tristes argumentos, los conviertan en leyendas urbanas) afirman la mayor. Y esgrimen varios argumentos, cada uno de ellos con sus correspondientes dificultades, para justificar la evolución del género. A favor de su abolengo, se sostiene que el microrrelato hunde sus raíces en la noche de los tiempos de todas las civilizaciones. Sin duda, este es el argumento más laxo. En primer lugar, porque los ejemplos que se aducen subrayan precisamente la característica más inestable del microrrelato: su carácter híbrido, su talante de cajón de sastre (la mayoría de esos ejemplos son aforismos, cuentos populares, chistes, poemas en prosa…). En segundo lugar, porque la casta, por ilustre que sea, no implica, per se, la evolución (trabajo con gitanos). Parece claro, por otra parte, que el microrrelato (tal y como se nos vende) es un invento moderno.
En este sentido, también los teóricos han querido afinar más y, en el ámbito de la narrativa hispánica, han establecido unos claros inicios: la antología de Bioy Casares y Borges, Narraciones breves y extraordinarias; o, quizás con más tino, como hace José Mª Merino (la defensa más cabal del microrrelato, y creo que esto revela la naturaleza del asunto, la han hecho los escritores de cuentos), se ha situado el nacimiento del presunto género en el Modernismo, cuando Rubén o Julio Torri heredan el furor experimentalista del modernismo francés. Kafka sería el motor del microrrelato occidental contemporáneo.
“Honorables inicios”, como dice A. Ibáñez. Pero hay que convenir con él (con su elipsis, en este caso) en que de nada sirve fijar una evolución si no hay una “especie” que la sufra. Con lo que llegamos a la cuestión principal: ¿Qué diferencia al microrrelato del cuento? ¿Qué lo convierte en una forma narrativa singular?
Su extensión, es la respuesta fácil, obvia. Sin embargo, nadie duda de que este es un criterio muy pobre; a mí me cuesta admitir, por ejemplo, como hace Lagmanovich, que La migala de Arreola o Continuidad de los parques de Cortázar –cuentazos– sean microrrelatos. La estructura interna, la función de los diálogos, la importancia de los finales abiertos o cerrados, la esencialidad, su proximidad con la lírica, la importancia de la metaliteratura…; todos los aperos narrativos que se quieran alegar a la causa son los mismos que caracterizan al cuento.
No encuentro argumentos taxonómicos, histórico-evolutivos ni técnicos que me convenzan de que el microrrelato es un género narrativo. El propio J. Mª. Merino defiende el género mientras afirma que
Uno de los problemas de la denominación viene en la dificultad ontológica, del propio ser. La verdad es que no sabemos. Podemos decir que son pequeñas piezas escurridizas.
¿Es que habrá entonces razones de otra índole? ¿Quizás desde el punto de vista creativo supone el microrrelato una “invitación a la forma” y por tanto, con Claudio Guillén, debemos admitir parcialmente su entidad genérica? Esta respuesta es algo más compleja y con ella nos acercamos al segundo argumento de Ibáñez, en el que reside el verdadero motivo de la pandemia.
Para responder a esta cuestión, rescatemos a Hegel y al formalismo ruso. Desde una perspectiva romántica, los géneros literarios son formas concretas de conocimiento mediante las que se representa de manera simbólica el ideal de belleza de una época. Sin duda, el mito del microrrelato (Ibáñez dixit) se ve avalado por esta óptica: su extrema brevedad, su fácil consumo (una falacia), su exaltación de lo breve, su capacidad para integrar con elipsis o con guiños para iniciados códigos artísticos diversos, etc., harían del microrrelato cifra y compendio de la cosmovisión contemporánea. La segunda parte (el género como forma de conocimiento) podría aceptarla, la primera (el género como representación ideal de belleza de un estadio histórico y cultural) no.
Y los formalistas rusos, ¿qué pueden aportar para dilucidar la cuestión? En mi opinión, mucho. Sobre todo la conocida teoría de B. Tomachevski sobre los géneros, popularizada y sintetizada por Lázaro Carreter (como a estas alturas ya nadie estará leyendo esto, transcribo sus palabras a través de Estébanez Calderón):
[El género literario es] un conjunto perceptible de procedimientos constructivos, a los que podrían llamarse «rasgos de género». Estos rasgos constituyen un esqueleto estructural que yace bajo las obras concretas de ese género, las cuales pueden poseer rasgos propios, pero siempre subordinados a los dominantes. Cuando esos rasgos propios se hacen atractivos para otros autores, pueden convertirse en principales y ser centro de un nuevo género.
Desde este punto de vista, puedo aceptar que el microrrelato sea un género, pero un género –al menos por ahora– metonímico (un concepto demasiado abstruso). Se puede admitir que determinados autores de cuentos (Kafka, Borges, Arreola) han sometido al género cuentístico (en momentos puntuales, sin renegar de su propia visión del mundo y del hecho literario) a un ejercicio de depuración extrema, y que esa depuración (sólo de la depuración) la han convertido otros autores en un rasgo principal, en un nuevo género. Siguiendo el razonamiento de esta teoría, los genios podrían cambiar los cánones dominantes (el ejemplo clásico de la novela picaresca) mientras que los epígonos sólo prolongarían la vigencia del género hasta hacerlo estereotipado. Pues bien, si sabemos lo que perpetúan los epígonos sabremos cuáles son los rasgos sustanciales del género (si sabemos qué anticuerpos tenemos, sabremos a qué bacterias hemos albergado o albergamos). La respuesta es que, en el 99,9 por ciento de los casos (tal vez menos), como dice Ibáñez, reproducen clichés, solecismos y sorpresas tontas. Y respetan la brevedad extrema. Por tanto, el rasgo sustancial del microrrelato, aquello que no lo distingue claramente del cuento, es su tamaño. Tengo por cierto que cuanto peor es el microrrelatista más breve es su pieza (sí, las excepciones de rigor, pero estas, si se fijan, siempre cuentan con el amparo de otras piezas con las que completan el sentido, caso de las Muertes ejemplares de Max Aub o de las greguerías de Ramón, o con el plus que ofrece la visión del mundo de su autor expresada en otros textos, casos de Arreola, Merino o Kafka). Tal vez por este motivo solo los autores serios de cuentos defienden con razones cabales el microrrelato. Se defienden como microrrelatistas aunque no sepan lo que es un microrrelato. Se legitiman como cuentistas ambiciosos.
Pero entonces, ¿por qué existe –con éxito- algo que no existe? Por los epígonos, por aquellos a los que Andrés Ibáñez (que, como nosotros, por cierto, también aviva la llama de la falacia) denomina con acierto los diletantes. Pero de ellos y de los pilares sociológicos del microrrelato nos ocuparemos en otro post.
Nota: las fotos las hizo Keternen desde una silla de ruedas en los Museos Vaticanos y apoyado en sus muletas en el Panteón. Utilizó un teleobjetivo y un gran angular, respectivamente. Ninguno de estos mosaicos deslumbrantes da fe de la grandeza de Roma.
32 Responses to "La tortuga celeste y el microrrelato: ¿Oportet haereses esse?, I"
28 de marzo de 2009, 12:42
No veo el momento, querido Keternen, de leer la segunda parte. Se me antoja que en este primer post has afilado concienzudamente el cuchillo sobre la piedra de la teoría, hasta obtener un filo que con solo mirarlo corta (con esto no te eximo del tajo de rigor: debes publicar la segunda parte cuanto antes). Espero con ansia la bandeja con el microrrelatismo bien loncheado.
La verdad es que tus argumentos, expuestos con la brillantez que te caracteriza y con una minuciosidad envidiable, no dejan lugar a dudas. El microrrelato no es un género. Pero lo importante no es tanto ese hecho (como intuyo que desarrollarás después), sino la orquestación de una campaña (por llamarla de algún modo) para utilizar el marchamo que imprime la adscripción a un género en una marca comercial bajo la que cada cual expende su mercancía: unos su magro talento, incapaz de afrontar empresas más serias; otros su necesidad de descollar en el plano teórico o académico, monopolizando presuntos territorios vírgenes.
En fin, no quiero extenderme, tu texto me ha movilizado a base de bien el músculo teórico y el palo ético. Gracias.
30 de marzo de 2009, 8:18
Creo que la moda del microrrelato forma parte de una cierta devaluación artística que viene de lejos y excede a la propia literatura, alcanzando a la plástica, la arquitectura y el debate de las ideas. Me refiero a la sustitución (confundiéndolas) de la 'idea' por la 'ocurrencia'. El microrelato de marras es el ensalzamiento de la ocurrencia, el chistecillo con pretensiones o el aforismo de andar por casa, y no exige trabajo duro ni persistencia,-como la novela y hasta el cuento- es fácil y, ya digo, como mucho, ocurrente. Signo de estos febles tiempos.
30 de marzo de 2009, 13:29
En efecto, Lansky, legitimar la ocurrencia bajo el marchamo de la excelencia es signo de este siglo inane y perverso que, antes o después, tendrá su merecida dosis de vergüenza. Como dices, no solo afecta a la literatura, sino a todas las artes, pero también a cualquier intervención civil, política, en sentido amplio. Los comentarios en los blogs tampoco escapan de esa generalización. Gracias por comentar.
30 de marzo de 2009, 17:30
Es la primera vez que intervengo en estos foros, y, siguiendo el procedimiento más habitual, firmaré con un nombre que no coincide con el que figura en mi DNI. Leí el artículo de Andrés Ibáñez contra el microrrelato. Se podrá o no estar de acuerdo, pero era necesario que alguien dijera claramente lo que se atrevió a decir Ibáñez. Sin duda que su enfado está legitimado, dada la complacencia con que hoy se esgrimen los procedimientos literarios, o dicho de otro modo, la facilidad con que se quiere hacer pasar por literatura el primer chasquido verbal que viene al caletre. Y de ese enfado surgió, muy razonablemente, el "desenfado" con que despachaba el asunto. Se olvida, con frecuencia, que un artículo debe plegarse a un espacio concreto, y con ese espacio Ibáñez llevó a ese subgénero al lugar que le corresponde: la pura ingeniosidad, la ocurrencia, el jugueteo verbal. Leí, también, la réplica enfadada y "desenfadada" de Fernando Valls, y "quedeme" un poco traspuesto, pues, aunque no espera menos de quien es una valedor a ultranza de ese subgénero, me sorprendió la vehemencia con que el párroco salía en defensa de sus ovejas. ¿Recuerda el señor Valls que ese mismo método de mutar frases ya lo utilizó Juan Ramón Jiménez para desprestigiar la poesía de Neruda? ¿Por qué no la utiliza también con los microrrelatos? ¿No aparecería ahí un enorme vacío semántico? Y también leí, en el blog de Fernando Valls, las soflamas del coro de indemnizados que salían a la palestra, no a defender el microrrelato, sino a atacar y desligitimar al instigador de la polémica, es decir, a arrojar el texto de Andrés Ibáñez a un tiempo anterior al que fue escrito, o sea, a la inexistencia. Esos ataques me han sonado como el rumor de los abejorros que defienden su panal de rica miel. Y leo ahora, con satisfacción y melancolía, el análisis (primera entrega) de P. Keternen que, en la mejor línea reflexiva, saca una gloriosa artillería de campaña (Croce, Brunetière, Hegel -de soslayo-, el modernismo, los formalistas rusos) con el fin de fundamentar lo que no pudo decir -y seguramente no quiso- Andrés Ibáñez en su artículo. Y he dicho satisfacción y melancolía porque, no me cabe duda, que esos mismos indemnizados no harán ningún caso de esa apelación a la autoridad.¡Buenos son ellos para tener en cuenta a Rubén Darío, Julio Torri o los formalistas rusos! A ellos les vale y les sobra con el Kafka que, atribulado por la impotencia literaria, escribe una frase en su diario para no morir de asco, sabiendo que se lleva al sueño, además de la impotencia literaria del día, la angustia de haber escrito esa única frase. Y, en fin, que lo único que quería decir es si hay algo inimaginable es un buen escritor que sólo escriba microrrelatos. Pues de haberlos, son anónimos, y, en general, trabajan en agencias de publicidad: son los que ponen esas frases horribles y absurdas para incitar a consumir yogur o echarse crema solar. A su favor tienen, sin embargo, y hay que concedérselo, que no creen, ni por un segundo, que están haciendo literatura.
30 de marzo de 2009, 20:46
Pongámonos un momento en el lugar del responsable de un suplemento semanal, decidiendo qué excelentes contenidos aparecerán en el número de mediados de agosto... en el que tradicionalmente se publica el resultado de un concurso literario entre los lectores.
¿Un concurso de cuentos? Lo hemos intentado alguna vez, pero ha sido complicado encontrar cinco o seis buenos. Además, sólo disponemos de diez páginas.
¿Poesía? ¡Madre del amor hermoso! ¡Entre indigestiones del Romancero Gitano y ripios horrendos, seremos el hazmerreír de la profesión!
Como además, según bien dice Andrés Ibáñez, es imposible encontrar diferencias entre un microrrelato escrito por un patán y el de un genio, tenemos la receta perfecta: prensa, fiestas patronales, y pronto aparecen los talleres dedicados a la promoción y entrenamiento en el pseudogénero.
Una pregunta aparte: Dice el artículo que las ilustraciones son obra de Keternen. ¿Se puede decir lo mismo de las que aparecen en los artículos anteriores?
30 de marzo de 2009, 23:36
¡Bravo Miguel! Te acercas darwinianamente a la explicación de la cosa. Y yo me pregunto, ¿por qué no concursos de refranes, de piropos, de chistes de gangosos, de anécdotas de cuñados? Todo eso tiene una prosapia mucho más antigua cañí, tiene más trazas de género (chico), y sobre todo es más coherente con el gazpacho y las siestas.
Lamentándolo mucho, las fotos anteriores no son de Keternen (de Stlánik ni hablemos). Mira esto, por ejemplo:
http://www.interesno.dn.ua/home
Abrazos fraternales.
30 de marzo de 2009, 23:57
Estimado Miguel Saeta, para los autores de este blog cada nuevo comentario es una dosis de estupefacientes en una vida de incierto recorrido pero eufórica –de momento- en su desarrollo. Si además se reflexiona en él con tu claridad, precisión y criterio (sólo el apunte sobre Kafka podría ahorrarle a Keternen la segunda parte de la entrada), el entusiasmo por seguir escribiendo tiene incluso que soltar lastre. Así que entiendo la sensación de melancolía, pero el mero hecho de convocarla aquí consigue, sin duda, que se disipe (al menos para quien esto escribe).
En cualquier caso, no es mi deseo sumarme a ese juego del vals sectáreo que se practica en muchos blogs; sólo quiero agradecerte el comentario (si es cierto que te has desvirgado, mi satisfacción casi roza la vesania) e invitarte a que participes siempre que quieras.
Un saludo afectuoso
31 de marzo de 2009, 0:11
Querido Miguel, ya quisiera Keternen contar con las fotos que pueden verse en tu blog. Sobre todo con las del último "experimento" con la analógica.
De momento, mi pericia fotográfica se parece más a la de uno de esos autores de microrrelatos: mucha tecnología para suplir las carencias, mucha práctica con el camelo del retoque digital... Y es que, como ellos, me he enganchado a la fotografía tarde, en tiempos facilones. Y así, claro, es más fácil caer en la complacencia. Más difícil aprender.
Como te dice Víctor, tu ficción visionaria inquieta por lo verosímil (tal vez podrías contactar con Juan Cruz, S.A.).
Me alegro de contar con un comentarista con tanta longitud de campo.
Un saludo.
Queridos microamigos, creen ustedes que su vigorosa polémica (segura erección les habrá garantizado) es nueva, o así parecen lanzarlo a los cuatro ojos que leen este microblog. Los refutadores existen desde que la Escuela de Atenas echó a andar, o sea que nada nuevo. El error más grave en que Ibáñez y ustedes caen es en considerar que microrrelato es frase, oración o sintagma aislado, que debe o debiera ser algo ingenioso o chistoso o mínimamente humorístico, que cae del lado del aforismo, el poema en prosa o la chanza de spot. Su problema (no sufran, nadie va a tener en cuenta sus opiniones, nadie más que ustedes y un ocioso como yo, nadie de peso frecuenta este espacio, no Merino, ni Valls, ni Hipólito Navarro, ni Olgoso, ni Cereijo, ni Shua, ni Brasca), su problema, digo, es de burricie y absoluto desconocimiento de la tradición literaria: los exempla medievales, los poemas narrativos sufíes, los brevísimos cuentos de los moralistas franceses, etc, etc, etc. No teoricen, de nada vale. Hay que estudiar, amigos, salir del cuarto y olvidar el fracaso de sus obras guardando polvo en el fondo de algún cajón. El microrrelato es una taxonomía, una terminología comparativa; no es que no sea género en sí (dejen en paz a Hegel, queridos), es que equivocan el parámetro clasificador. Se trata de cuentos, y el cuento requiere: intensidad, idea y precisión. Punto y pelota. Tanto el Arreola muy breve ("Mi mujer es un fantasma, yo soy el lugar de sus apariciones") como el Cortázar más extenso ("La autopista del sur") responden a esos axiomas. Cuentos, siempre. Y "La metamorfosis", y las prosas breves de Lorca, y los fragmentos más prosaicos de "Azul". Dejen de darle vuelta a la microcoletilla, no microsufran más, minimizen sus odios viscerales, lean con las gafas de aumento y consuman alimentos macrobióticos. Ahora, rumien su venganza de nuevo y reduzcan (una vez más) sus diatribas a este penúltimo párrafo anterior graciosote e ingeniosillo, y oculten su fracaso tras la miopía imposible de su airado pope Ibáñez.
31 de marzo de 2009, 20:39
Estimado Hombre Menguante, no le engaño si le confieso que durante el mes de vida que lleva publicado nuestro blog he tenido tiempo de imaginar cómo sería nuestro primer antihéroe. Vestiría ese caballero, como no podía ser de otro modo, un verde gabán, ceñiría famosa espada, templada por la mesura y no por la hybris, y la tierra dejaría tras su paso, con más elegancia que deferencia, yerma e incólume para que los vencidos rindiésemos limpia pleitesía con nuestros rendidos belfos. Es decir, que aguardaba a un tártaro con buenos modales, pulcro, cuya sintaxis perfilara inquieta las aristas del ingenio y que tuviera un juicio tan certero que dejara la navaja de Ockham para abrir latas de berberechos. Ese antagonista, ay, destruiría cualquiera de nuestros argumentos sin despeinarse (¡ni siquiera Lansky podría defendernos!) y nos pondría en un brete preguntando, por ejemplo, por qué consideramos género (fetiche) la novela corta y no el microrrelato.
Pero hete aquí que aparece usted, a quien la verdad es que no entiendo. Sólo me queda claro que no le gusta nuestro blog, que nos intuye creadores de obras (gracias) y poseedores de cajones (de gran tamaño) con polvo (ahí se ha equivocado, ¿ve?) y que debe de ser familia de Hegel. Lo demás, confieso que se me escapa. Como compruebo que a lo más que ha llegado es a leer mi post diagonalmente, le contestaré también de forma tangencial, o sea, por lo que toca a otros.
Andrés Ibáñez no cree que el microrrelato sea una frase, un sintagma, etc. Lo que dice es que es un ladrillo y no una casa (no es tan difícil de entender). La brevedad extrema sin nada más, como ha quedado demostrado, es propia de los epígonos, de los microrrelatistas y no de los cuentistas. Usted mismo nos da la razón en la oración anterior a la frase “Punto y pelota”.
Nos atribuye desconocimiento de la tradición literaria. Vale. Pero un exemplum medieval es un exemplum medieval, no un microrrelato; un poema narrativo sufí es un poema narrativo sufí y no un microrrelato; un brevísimo cuento de un moralista francés es un cuento muy breve de un francés moralista. Y si mi abuela tuviese ruedas sería una carretilla.
Lo único que me ha gustado de su comentario es lo que concierne a la erección que nos atribuye por la “vigorosa” polémica. Se nota que le ha dado para percibir el entusiasmo de nuestra tarea e incluso ha podido imaginar el poderío de esos calvos guerreros samuráis con los que, de momento, tendremos que conformarnos hasta que otro valiente con más arrestos y mejor impedimenta mueva la voz a nosotros debida.
Ya. Pero Ibáñez en "El perfume del cardamomo" hace microrrelato o me vuelva a explicar desde el principio de los tiempos el concepto del concepto. Digo yo (o aquí no escribe nadie nunca nada). Gracias.
31 de marzo de 2009, 22:00
Quique, de lo que has escrito he entendido que Andrés Ibáñez escribe microrrelatos. Y yo creo que escribe cuentos (algunos de ellos muy breves); como Merino, por ejemplo, como Arreola. No es lo mismo, insisto.
Ibáñez se pronuncia en contra de un invento, el microrrelato, que, al constituirse en género narrativo gracias a voces interesadas está provocando la confusión de muchos y el consiguiente enriquecimiento moral, académico y hasta económico de otros (también sale indemnizado el Hombre Menguante, pero eso pertenece a otro paradigma).
Aquí no se pretende estar a favor o en contra de personas, sino analizar una cuestión literaria, desde un punto de vista teórico y sociológico.
Gracias por comentar
Bien, a ver si llegamos a puerto. Entonces, Keternen, ¿consideramos cuento, independientemente de su extensión, aquel texto de ficción que conlleve una narratividad cerrada, redonda, como dice Merino? Es decir el cuento de Arreola anteriormemnte aludido por Hombre Menguante, ¿se puede considerar cuento y no microcuento por su intensidad y tratamiento narrativo? Pregunto con la mayor de las modestias, sin ánimo de polémica sino de hacer acopio de opiniones. Gracias.
31 de marzo de 2009, 23:19
Quique, yo creo que el de Arreola es un cuento. Hay en él personajes, trama, espacio, tiempo y por tanto "movimiento" (como dice Merino) narrativos, un efecto final que da sentido al conjunto... Yo no necesito para entenderlo, para analizarlo, un código teórico ni crítico distinto al que se utiliza en la exégesis de cualquier cuento.
Además, por seguir con Ibáñez, yo puedo vivir en este cuento. Y en algún momento de mi vida lo he hecho.
El cuento de Arreola no fundamenta su excelencia en el ingenio, en el fácil fogonazo verbal (echa un vistazo a los de Óscar Sipán y entenderás la diferencia); se sirve de ese efecto para devolvernos -eternamente- a un territorio inquietante en el que aprendemos cosas y dudamos de otras.
Cuando alguien sin talento y sin cultura cuentística quiere imitar este cuento se fija en su brevedad, se queda colgado del chispazo final, y no es capaz de admitir que la mejor literatura no nos otorga certezas; por eso ese aficionado no es capaz de quedarse a vivir en el cuento, sólo ve sus ladrillos. Y se marcha y lo mira -con admiración, nadie lo duda- de lejos y sólo ve de él lo más llamativo, un único ladrillo. Cualquiera puede construir con un único ladrillo, ¿no?
Y entonces escribe. Y el resultado es un microrrelato o, mejor dicho, un cuento amputado, con un único miembro, al que se llama microrrelato.
Luego vienen los poceros que especulan (llaman también microrrelato a la mansión de Arreola), las recalificaciones (teóricas, críticas y comerciales) del terreno (se lubrica el nuevo género con una pátina académica), se construyen urbanizaciones, etc.
Gracias por comentar. Y no te cortes, la polémica no es mala; es desagradable el desprecio infundado, porque aburre, pero no la disidencia.
Un saludo.
Gracias, ha sido muy revelador. Comparto muchas de vuestras opiniones y también no pocos conceptos de Valls y seguidores. Supongo que el problema es acotar géneros y valorar qué es arte y qué impostura, qué es original y qué es remedo gastado. No se trata de medir con una regla o contar con calculadora. Enhorabuena por tu espacio. Seguiré leyéndote. Ciao.
31 de marzo de 2009, 23:53
Caramba. Esta tarde estuve fuera, y mira lo que me he perdido. De todas formas, no podría añadir nada que mejore la respuesta de Keternen. Tampoco poco puedo ayudarlo, porque yo tampoco entiendo muy bien los razonamientos del increíble Hombre menguante (y no hablemos de sus recomendaciones, como esa en la nos invita a estudiar pero, a la vez, a salir del cuarto, con lo que nos obliga a montar bibliotecas en prados, montes y riberas). Solo le diría que, mientras que, a diferencia de las palabras de Keternen, las de nuestro comentarista sí sugieren que él guarda obras en el cajón, lo que explicaría la virulencia de su intervención.
Por cierto, lo que me mantuvo fuera de casa fue mi cita con el gimnasio, donde regularmente fortalezco bíceps, tríceps y deltoides. Ese sacrificio me permite, entre otras cosas, empujar con facilidad la silla de ruedas de Keternen. Pero ahora que lo miro, quizá satisfaga las nuevas necesidades que entraña mantener un blog (si es que Lansky no sirve como arma disuasoria).
1 de abril de 2009, 9:53
Te pasaré mis tarifas, Stlánik ¿una simple paliza o eliminación total? Creo, y este es un juicio de intenciones -feo como todos ellos- que hombre menguante y su poderosa lanza de alfiler (recordad peli) es uno de esos oportunistas que más que mantener un blog propio que, como hasta el puñetero microrr.., tiene su trabajo, prefiere pasear por ahí su olimpismo desdeñoso, dando una lección acá, una puñalada acullá y paeando airoso su displicente frustración, pero vamos, si creeis que merece la pena me encargo de él.
Enhorabuena: acabaís de empezar y ya estáis llenos de comentarios y fragor de debate, ¡qué envidia, joder!
1 de abril de 2009, 10:37
No seré yo quien desprecie el mérito de Keternen. Pero en ese éxito que tú adjudicas, Lansky, tiene algo que ver ese arquetipo del español que ora y embiste.
Pero, hombres de dios, si no es para tanto. Vean. No mantengo un blog porque debo ocupar durante horas los volúmenes hercúleos que trabajo en el gimnasio sobre las cachas de la moza que calienta mi colchón. No hay espacio, pues, en mi vida, para las cosas importantes, sólo para follar cual conejo en mi escaso tiempo libre (mira que intento paliar esta carencia, pero no hay manera), lo siento en el alma. Con respecto a lo del cajón, siento decepcionar (otra imperfección, no tengo remedio): he publicado ya unos cuantos volúmenes de cuentos de diverso pelaje y extensión (de lo mini a lo "nouvellaire") y con críticas alentadoras siempre, sin importar extensiones ni taxonomías. Lo sé, lo sé, es una putada que atenta contra las normas básicas del posmoderno pertinaz: aura de maldito, Obra en el garito (obsérvese el ripio y su audacia consonante, encantado un servidor de recibir sus réplicas ultrabrillantes redoblando esfuerzos en haikus prodigiosos o sonetos de mala baba).
En fin, yo creo que terminan por promover ustedes paradojas insalvables: alientan polémicas que luego no están dispuestos a afrontar. De todas formas, cabe decir que, a pesar de todo, es un placer participar en este blog, porque sus piedras de toque en forma de réplicas suelen ser brillantes (más las de Keternen, excelente anfitrión, y que, gracias a la mediación de algún interviniente más bienintencionado, terminó por matizar sus apreciaciones furibundas y salvar un texto no por su extensión sino por su intensidad, caso de Arreola: ahí entramos por vez primera terreno amical) y hay, aun en la disidencia, magines de altura y opiniones muy interesantes en este espacio de opinión.
El anonimato, imagino, enciende fiebres y alienta recodos: yo (mea culpa, también) prefiero menguar en la sombra que perder los pocos lectores que tengo o ganarme un tirón de orejas de mi editor. Si no fuéramos una cultura esquizoide entre nuestra tradición judeocristiana (severidad y excesivo orgullo maniqueo) y califal (sentido del honor y la revancha histórica), alentaríamos como anglos y sajones un sano sentido del debate punzante que se solventara después en taberna, café o salón con un par de pintas de la mano al gaznate y departiend al alimón y sin solución de continuidad de la zancada nijinskiana de Fernando Torres o del rol de sumisión metafísica ante el orbe femenino en la obra de Bruno Schulz.
Sea como sea, y sin ánimo de reventar el espacio propio de nadie, permítanme que les felicite por la profundidad de sus debates (sin ápice de ironía, queda clarito), aunque me hayan breado cual converso falso en tierra de Fernando III. Quizá fui belicoso, pero así me lo pedía mi pequeño cuerpecillo, mi espíritu aventurero (no menos, felizmente, que el de ustedes). Al fin y al cabo, creo, estamos en lo mismo: lucha imposible contra la burricie. A veces sucede: se defienden con tanto ardor ciertos presupuestos éticos y estéticos que se pierde de vista al auténtico enemigo.
Enhorabuena a Keternen por este muy interesante blog que nos ofrece (yo me siento invitado, no sé si exceso de confianza). Voveremos con nuevas polémicas, si se tercia. Estamos vivos, pues. Saludos y disculpen las molestias (si, en verdad, las ha habido).
Permítanme corrección gramatico-constructiva: debí decir "departiendo sobre" y no "departiendo de", preposición ésta ("de") afín a verbos de acciones menos plurales como "hablar". Gracias.
3 de abril de 2009, 14:42
Querido Hombre Menguante, supongo que será consecuencia de la segunda parte de su pseudónimo (al significado gramatical del antiguo participo de presente latino) lo que le obliga a cambiar sus opiniones como si se tratara de un Proteo marcado por la fatalidad de la metomorfosis o por los frutos de Baco. En cualquier caso a los autores de este blog no les importa tanto la mudanza del juicio como los daños colaterales de un cambio de posición mal gestionado.
Keternen no ha matizado su opinión inicial, como le atribuye, y tampoco es cierto que alimentemos polémicas (lo que hemos escrito hasta ahora lo tenemos muy claro y no hemos provocado ni faltado a nadie); y mucho menos, por tanto, que no las queramos afrontar. Presumo que usted, como sagazmente apunta Lansky, es francotirador habitual de los blogs, así que sabrá que los moderadores no suelen prodigarse en respuestas largas y comprensivas.
Los piropos me los tomo como las descalificaciones, por su grado de verdad.
Por lo demás, cada uno se fabrica el personaje que le da la gana, faltaría más.
Con permiso de V. Stlánik, le invito a que siga participando y le agradezco, aunque con cierta dosis de incertidumbre, sus comentarios.
Perfecto y de acuerdo, pues, Keternen. Sólo un matiz: acorte la correa de sus perros de presa: son carne de demanda y censura de blog (más de uno ha caído, lamentablemente, por la acción extemporánea de desaforados y freakies trogloditas de distinto pelaje).
Lansky, fabulosas sus sandalias y su bucólica estampa de deshauciado del ladrillo, aunque en el juicio por amenazas y bravuconadas diversas deberá aportar indumentaria más adecuada a su capacidad destructiva (mi abogado, al acecho, toma nota).
Stlánik, que no entienda mis razonamientos obra exclusivamente en su perjuicio, es asunto suyo, no hace falta airear las carencias comprensivas (por cierto, estudiar y salir del cuarto es perfectamente compatible, no inventa usted nada nuevo que no fuera expuesto con más gracia por Rousseau en "El Emilio"; y noooo, me reiteeeero: no hay obra alguna en el cajón, sino circulando de forma múltiple por anaqueles y pupilas lectoras; no insista, stop, basta, aburre esa pretensión de paridad imposible).
Saludos y graciassss.
4 de abril de 2009, 1:25
A ver, Hombre Menguante, si quedan las cosas claritas. Yo soy coautor de este blog. Cada uno de los comentaristas lo es de su comentario. Si las cosas se ponen feas y la entrada es de mi responsabilidad, corto por lo sano.
De momento, voy a dar a Lansky y a V. Stlánik el derecho a réplica (más por mi propia diversión que por otra cosa, le soy sincero).
Pero insisto, cuidadín: como aquella mano de nieve celebrada por Quevedo, a mí lo que me quita en celeridad me lo da en contundencia la muleta que apoya mis pasos.
4 de abril de 2009, 10:36
Jo, pues ya lamento que no consigas que te publiquen. Tú sigue intentándolo. Mira el Sipán, que ya es todo un segundo premio de nosequé.
Hace un hermoso día, K, salgo del cuarto y me voy al cogollito a estudiar la refracción de la luz en los escaparates. Hablamos.
6 de abril de 2009, 8:22
La alusión a mis sandalias, la presunción de ser un obsoleto fugado del labrillo (¿un 'Pocero' venido a menos?), mi impostada postura bucólica...todo me ha dejado tan desarmado de cualquier retórica, tan inerme ante sus agudos sablazos, tan evidioso de su manejo de la lógica difusa que no puedo por menos que entregar mis enseñas y darme por vencido.
En cuanto a las amenazas, le informo: mi 'nick' alude a mi blog inicialmente policial, un asesino a sueldo que se llama como Meyer Lansky, el ganster judío que salió el último de la Habana cuando entraron los "barbudos".
No sé cómo lo hace, menguante, si me cayera bien le mataría el último, como decía el gran Harry El Sucío, pero a usted, tan pedante, tan caótico de erudiciones apresuradas, creo...que le mataría gratis; lo que es un mal precedente en mi oficio
6 de abril de 2009, 8:43
Menguado (suponiendo que hayas terminado de decrecer), te lo explicaré de otro modo: esto es una cuestión de modales. Un blog es algo altruista, un manjar gratuito que se 'cuelga' en principio para todos, un almuerzo en el campo (hostías con las metáforas); te pueden gustar más o menos la ensaladilla rusa y los filetes empanados, pero, en estas situaciones también acuden moscas y hormigas, no están exactamente invitadas, pero son parte del asunto. Ahora bien, si se ponen molestas y cojoneras, entonces se coge una toalla o una servilleta y se les atiza. Stlánik, Keternen, muy bueno el chablis.
Buenos días. Ya veo que llego un poco tarde a la fiesta... Hace
poco tiempo que tuve conocimiento de la existencia de este lugar. En
líneas generales estoy de acuerdo con lo que aquí se plantea. Con
matices que, si se tercia, ya comentaremos.
Por otra parte, no me resisto a dar este enlace:
http://nalocos.blogspot.com/2009/04/maria-fabiana-calderari.html
Es de "La nave de los locos". Y creo que su contenido muestra la
desfachatez que, a menudo, se encierra bajo la denominación de
"microrrelato". La desfachatez y la ausencia de calidad, directamente.
Amén de la indefinición genérica, a la que por ahí aludían ustedes.
Lo que ya no comprende uno es que Valls les dé cabida en su
frecuentado blog, porque tienen guasa...
Saludos muy cordiales.
A. Bettik
5 de mayo de 2009, 18:31
A. Bettik, gracias por tu seguimiento atento del blog. Por supuesto que no llegas tarde, aunque me temo que, frente al microrrelato, solo nos queda esperar su derrumbe (será tan estrepitoso por los intereses que hay en juego que al final va a parecer que sí es una casa y no un ladrillo) y compartir la perplejidad desde la complicidad de la buena literatura para no volvernos locos.
Sospecho que habrás sentido los embistes de la incredulidad al visitar el blog que citas, y probablemente hayas sufrido también el raro maniqueísmo (los anónimos pueden publicar elogios pero la disidencia, nominal o no, está prohibida) de la tijera censora que lo gobierna. Eso sí, las microrrelatistas suelen ser muy monas.
Sean tus discrepancias, matices o comentarios bienvenidos a este blog.
Solo una cosa más: ¿por qué dices que no entiendes que Valls les dé cabida?
Hola. Pues digo que no lo entiendo porque, hasta no hace mucho tiempo, yo lo consideraba persona (razonablemente) seria. Esa era la impresión que me había causado hasta entonces, en diversos momentos (y con buena voluntad por mi parte, todo hay que decirlo). No sigo mucho su blog, como casi ninguno, pero he detectado una deriva alarmante, que ha ido a más. A mi juicio.
¿Será, en el fondo, porque me interesa más Juan de Zabaleta que muchos "naradores actuales"...? Es que uno es un antiguo...
6 de mayo de 2009, 0:32
Ya habrás percibido que no es la complacencia con los juicios de los comentaristas una de nuestras gracias naturales, pero en este caso no puedo dejar de darte la razón en todo lo que dices. Aunque con lo de Zabaleta me has puesto en un brete.
¡Ja, ja, ja! No se preocupe... Zabaleta se murió allá por el siglo XVII, y la posteridad no le ha sido muy generosa. De todas formas, es un autor bien entretenido. A mí me gusta, no era broma... Pero se puede vivir sin haberlo leído, desde luego.
Y a mí me ponen Uds. en un continuo (mem)brete con sus referencias a la estricta actualidad, que sigo más bien poco. Esa es una de las razones que me hizo mirarme a fondo ayer este blog: aprender, informarme de manera digamos solventes. Porque de los suplementos culturales ya casi me he quitado: digamos que me llenaban de papel muy poco útil el cuarto ése al que se refería por ahí el Hombre Menguante.
Saludos.
Ah, se me olvidaba: a mí, eso de que alguien se acuerde de Tomachevski --aunque sea vía Estébanes-- me pone mucho.
Ese es el otro motivo por el que perseveré en esta bitácora.
Hasta otra.
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