Vila-Matas desciende a lo más bajo

Enrique Vila-Matas es uno de los autores más jaleados por la crítica española. Cuando en los suplementos literarios se menciona su nombre, suele hacerse con la unción adecuada a la estatura de un verdadero “escritor internacional” al que sin vergüenza alguna se puede presentar en el extranjero sin que ninguna de sus páginas nos sonroje con la aparición de una torrija, un fusilado, un perceptor de salario mínimo o algún topónimo (como Brazatortas o Porcuna) que inhiba los aromas de la eufonía. La literatura de Vila-Matas parece concitar el unánime ditirambo con su santoral de escritores y sus santuarios literarios, con los limpios abismos y paradojas que alumbran la inteligencia con el mismo chisporroteo de las bengalas, quién sabe si con su misma duración.



Por ese motivo nos han llamado la atención estas palabras tan desabridas sobre la crítica (entendemos que no solo la española) que figuran en su último libro, Dietario voluble:

Creo que la crítica se encuentra en el nivel más inferior (sic) de la literatura: como forma, casi siempre (hay brillantes excepciones, eso sí); y como valor moral, de una manera incontestable, pues viene después de los grandes trazados estructurales y de las noches sin dormir, que exigen cuando menos un cierto esfuerzo de invención. (p. 35)

Ignoremos la idea implícita de que la crítica pertenece a la literatura, que es tanto como decir que el cronista taurino participa en la misma actividad que el diestro; atribuyamos al jet lag la ocurrencia de que existen niveles en la actividad literaria, es decir, no que haya buenas o malas obras literarias (como hay buenas o malas personas), sino que existen unas formas -¿géneros, estéticas?- de participar en la literatura que son más elevadas que otras. Hagamos caso omiso (y esto ya parece mucha renuncia) de esa entrañable separación entre forma y valor moral, tan horaciana, tan clasicota para un escritor encaramado en la peana de la posmodernidad.
Renunciemos, por último, a recordar a nuestro Enrique que un crítico puede hacer un uso preciso, elegante e incluso estimulante de la lengua, pero que su relación con la función poética no se establece en calidad de usuario, sino de observador, comentarista y (sí) de censor, de modo que no parece justo exigirle un trato de intimidad con las musas, sino quizá tan solo el conocimiento de su domicilio habitual.
Pongamos una venda en el entendimiento, olvidemos lo dicho, y centrémonos en el último periodo de la cita, cuando justifica la bajeza moral de la crítica por venir esta “después de los grandes trazados estructurales y de las noches sin dormir, que exigen cuando menos un cierto esfuerzo de invención”.

Como no sé qué son “los grandes trazados estructurales”, no voy a opinar sobre eso. Pero sobre noches sin dormir sí que sé, en eso soy un campeón, aunque quizá no tanto como nuestro Keternen. Por eso me resulta imposible asumir que el insomnio, es decir, el tiempo dedicado a la pasión literaria, constituya en sí mismo un valor, y mucho menos un distintivo que gradúe la superioridad moral. Es ridículo conceder una ventaja ética a la creación literaria, aunque sea deplorable, por el simple respaldo del tiempo y de los desvelos que se consagran a ella. Cuando al contemplar una abominable pintura naif manifestamos nuestro desagrado, o esbozamos una sonrisa, o impedimos que la compre nuestra madre (porque iría tan bien con el patchwork de la colcha): ¿somos unos monstruos? ¿nos situamos un peldaño por debajo en la escala de la excelencia espiritual al rechazar el trabajo en el que probablemente quemó su tiempo de ocio o de jubilación el bienintencionado dominguero?


Para Vila-Matas, según parece, toda creación tiene rango de objeto sagrado, pero eso no debería extrañarnos, pues lo que él sostiene (en este texto y en toda su obra) es un credo que se puede abrazar o rechazar, pero que –según parece- no admite el análisis racional, y mucho menos el juicio. Es, sin duda, la posición de un romántico, más que de un posmoderno, para quien el escritor y la literatura constituyen una religión, y una religión además que reduce su campo de actuación al que le proporcionan sus propios símbolos y su liturgia. Habrá a quien satisfaga esta concepción de la literatura: a mí no, aunque puede llegar a interesarme de la misma forma curiosa en que un amante de la buena mesa se acerca a los fogones.
Pero no otorguemos a estas opiniones más valor del que tienen: un exabrupto con ínfulas de provocación; una idea arbitraria moldeada con desgana y emitida bajo la protección de la impunidad que garantiza el estado generalizado de estupor e indiferencia de nuestra cultura. De lo que se trata, al fin y al cabo, es de la clásica convicción de que toda crítica es un ejercicio adversativo de resentimiento, premisa que, una vez instaurada, permite refutar cualquier opinión inconveniente con bastante comodidad. En esto Vila-Matas se suma, sacando su particular tajada, al descrédito indiscriminado al que el mercado cultural somete a la crítica, hasta el punto de haberla expulsado totalmente de las tribunas en las que su labor podía tener alguna incidencia notable en la sociedad.


Lo que no puede calcular nuestro escritor más internacional es el porvenir que le aguarda a una creación literaria que cuenta con el respaldo de una crítica cuya autoridad, sin embargo, es sometida al rechazo o a variadas formas de sospecha. Hasta ahora la autoridad crítica, asignada arbitrariamente u obtenida mediante laboriosa acreditación, ha gozado de un papel preeminente en la transmisión literaria, en la creación de una tradición o, si se quiere, un canon. Veremos si el mercado u otras instituciones que todavía no conocemos son capaces de proporcionar para la literatura algo parecido a la posteridad.

5 Responses to "Vila-Matas desciende a lo más bajo"

Lansky says
3 de marzo de 2009, 9:31

Disiento contigo, aunque creo que se debe a un equivoco: la confusión entre la "crítica teórica literaria" que es un género literario y a la vez un tipo de estudios humanistas, muy arraigado en el mundo anglosajón, y las reseñas y criticas de libros de suplementos y revistas, que, con excepciones son banales y propagandistas. Yo hablo de Raymond Williams, de Terry Eagleton, George Steiner Edward Sayd y Harold Bloom, para entendernos y por poner ejemplos excelsos, aunque muy diferentes entre sí.

Por otra parte, creo que el señor metaliterario Vila-Matas está muriendo de éxito, ojalá sobreviva a sí mismo

Un saludo (te he enlazado en mi blog)

J says
3 de marzo de 2009, 10:18

Puedo concederte que, por desgracia, ambas clases de crítica están bastante separadas en la práctica. Pero en el texto de Vila-Matas nada autoriza a pensar que él haga esos distingos, y debería hacerlos. En todo caso, lo que intento explicar es que la crítica partisana (se entiende que bien hecha, dentro de sus limitadas posibilidades) tiene una función importante de orientación y selección sin la cual no puedo intuir cómo se va a desenvolver la otra crítica a la que te refieres, la teórica (que es más interesante per se, pero que viene siempre después). ¿Tendrá esa crítica -la que hacía, por ejemplo, Connolly, la suficiente perspectiva y valentía para proponer un canon distinto al que va conformando su hermana fea?
Gracias por tus comentarios. Pasa por aquí cuando quieras.

Lansky says
3 de marzo de 2009, 10:26

Connolly, claro, y Wilson, etc.

Tienes razón, si Vila-Matas no hizoe sa distinción, estaba hablando en vacío

¿Ya te enteraste de lo de Rebecca West a la que comentas en un post anterior tuyo?

Libros y Literatura says
7 de marzo de 2009, 15:47

Conociendo tu blog. Saludos,

Books Freak

A. Bettik

Hala, pues me meto donde no me llaman, y además tarde...

De acuerdo con este post en su comentario (iba a escribir 'crítica'...) sobre las desafortunadas líneas de Vila-Matas. Aunque ¿a quién no se le ha escapado un airecillo después de una comida suculenta? Pues eso parece ser lo de don Enrique en esta ocasión: un eructillo mal disimulado... si no fuera porquem como bien se señala, el pasar noches en vela no es garantía de calidad ni marchamo de intangibilidad. Que, por esa regla de tres, los vigilantes de seguridad son novelistas enormes, inconmensurables.

Por otro lado: Sr. Lansky, me temo que se dice 'disiento de', no 'con'. Y en cuanto a los críticos que menciona Ud., pues... a Harold Bloom creo que le iría bien una temporadita en Torrevieja Alicante para serenarse. Es cualquier cosa menos un crítico serio. Steiner, a ratos, también tiene lo suyo. Y Sayd...

Saludos.