Los metaloides obran en tu angustia

Una sola palabra, crisis, cubre todo el horizonte de las aspiraciones, de lo que puede decirse o pensarse públicamente. Mientras unos buscan los pasos que nos han traído hasta aquí, otros hacen de arúspices, hurgan en las entrañas de lo que tenemos, extraen pequeños auspicios que refrenan y acrecientan la ansiedad. Puede discutirse el enfoque del problema, pero nadie es capaz de discutir su existencia y su identidad, ni tampoco su conveniencia como instancia vertebradora. Miedo útil.


Qué difícil es en esta época nuestra abrirse paso entre las consignas, formularse otras preguntas diferentes a las que parecen inquietar a todo el mundo. Buscar en otros huesos el tuétano dolorido. John Shade, el personaje de Nabokov, recuerda en su poema Pálido fuego cómo en su juventud una gran conspiración le ocultaba la verdad. Para él esa conspiración estaba hecha “de libros y de personas”. Nosotros también somos víctimas de otra gran conspiración que nos impide ver, pero su origen nos resulta quizá no tanto imposible de detectar como quizás indecible. Pronunciarlo atañe seguramente a nuestra responsabilidad personal, y eso –la responsabilidad- es hoy uno de los tabúes más consolidados.
La crisis -dice nuestra cosmovisión capitalista- es el problema. Podemos acudir a otras perspectivas, pero entonces nos situaremos en una posición marginal que en todo caso sobrevive bajo la tutela paternalista del capitalismo. En sentido estricto, ha desaparecido cualquier alternativa al capitalismo, que nos obliga a vivir sucesivas variedades de sí mismo, siempre dispuesto a buscar legitimación en su aplaudida capacidad para mutar, mientras se da por supuesto que cada metamorfosis es un escalón que se asciende en la escalera del progreso. Pero los cambios son cosméticos, mientras que sus verdaderos fundamentos permanecen inmutables y actúan estructuralmente, filtrándose en la conciencia, dirigiendo la mirada.

El capital crea la crisis, pero también la moldea como enunciado, la divulga y, por último, establece cuáles son sus interpretaciones adecuadas. Y es así como lo que es algo se convierte en un término: crisis. Ese término resplandece, nos ciega con su complejidad técnica, siempre imposible de calibrar y traducir por la masa de los legos en ciencias económicas. Se puede hablar de liquidez, de ahorros, hipotecas, fraudes, especulación. Del problema que supone para las familias la falta de dinero. Pero nunca jamás situar el problema en el dinero, así, sin cuantificar. Intransitivamente.
Y sin embargo, el dinero es el problema:


¿Y bien? ¿Te sana el metaloide pálido?
¿Los metaloides incendiarios, cívicos,
inclinados al río atroz del polvo?
Esclavo, es ya la hora circular
en que en las dos aurículas se forman
anillos guturales, corredizos, cuaternarios. […]

(César Vallejo, Poemas humanos)

Siempre he leído el poema en que figuran estos versos como una declaración sobre la capacidad del dinero para instalarse en el centro mismo del individuo, en un lugar tan remoto y seguro que es capaz de hablar con los propios órganos del afectado. Ya, ya sé que algunos (¿pero quiénes?) pensaréis: “este Victor, desde que abandonó el campo de trabajo allá en Kolimá, habla por boca del comisario político”. El propio César Vallejo escribió ese poema en 1937, después de ese viaje a la Unión Soviética que tanto habría de influir en su poesía.
Pero no todos han recibido el inspirador soplo del viento siberiano. Una voz como la de Claudio Rodríguez, tan poco sospechosa de permeabilidad al materialismo histórico, habla así del dinero:

Necesito dinero para el amor, pobreza
para amar. […]
[…] Porque el dinero, a veces, es el propio
sueño, es la misma
vida. Y su triunfo, su monopolio, da fervor,
cambio, imaginación, quita vejez y abre
ceños, y multiplica los amigos,
y alza faldas, y es miel
cristalizando luz, calor. No plaga, lepra
como hoy; alegría,
no frivolidad; ley,
no impunidad. […]
(Alianza y condena, 1965)

Es el dinero, que puede adquirir amor pero con el que no se puede amar, lo que provoca la gran confusión, el error que determina una de las grandes formas de infelicidad que nos atenazan: el trueque de la facultad por el objeto. En ese extravío también está inmerso el propio poeta, que intenta aclarar su posición y se encuentra inevitablemente atrapado en la red del dinero. Por eso se pregunta:
[…] ¿A qué la madriguera
de estas palabras que si dan aliento
no dan dinero? ¿Prometen pan o armas?
¿O bien, como un balance mal urdido,
intentan ordenar un tiempo de carestía,
dar sentido a una vida: propiedad o desahucio?


Pensar y expresarse con absoluta libertad es sinónimo de gratuidad. Escribir sin conocer exactamente el destino de las palabras (“¿Prometen pan o armas?”), sólo para ordenar “un tiempo de carestía”, es tal vez la única forma de incidir que tiene la literatura en un momento como este. Más que nunca, los tiempos reclaman una clase de artista consciente de que está irresistiblemente envuelto en la red del dinero, pero lo suficientemente honesto para eludir la seductora brillantez del cinismo. También lo bastante inteligente como para caminar sin las muletas que prestan las ideologías. Poetas que, como Vallejo, tengan el valor de llamar esclavo a su semejante y luego abandonarlo en la intemperie de un diagnóstico ante el que no cabe desviar la mirada:

Señor esclavo, ¿y bien?
¿Los metaloides obran en tu angustia?

5 Responses to "Los metaloides obran en tu angustia"

Lansky says
9 de marzo de 2009, 8:15

No creo que el dinero, invento abstracto donde los haya, sea exactamente el problema. Digo 'exactamente' porque creo que es parte de él, y ya se sabe, si no eres parte de la solución, lo eres del problema. Es como el caso de los accidentes de automóvil; es obvio que el propio sutomóvil es parte del problema ¿Mejor no haberlo inventado? ¿O mejor no haber generado una sociedad que dependa tan absolutamente de él y que haya transformado el territorio, las ciudades y el uso energético para su exclusivo servicio?

Sí creo que el problema es el sistema, entendiendo por tal el capitalismo realmente existente (y para mí sin alternativas a la vista salvo en retoques, aunque profundos), en el que la pobreza no es un resultado tan indeseable como inesperado sino parte esencial del modelo; en el que el sistema financiero, que debía estar al servicio de la economía real, la productiva, se ha convertidoi en mostruo autónomo y parasito de esta, en que el trabajo no sólo es alienante sino que ni siquiera es garantía de generar plusvalías propias y a veces ni de subsistencia, frente al capital y la especulación.

Pero bueno, suprimamos el dinero, volvamos a la economía del trueque; por lo menos se valoraría otra vez al campesino que produce alimentos frente al 'broker' que no produce nada.

J says
9 de marzo de 2009, 10:49

Efectivamente, el dinero como tal no es el problema. Cuando me refiero al dinero no se trata, obviamente, a su representación simbólica en forma de papel moneda o metaloide, sino al sistema en el que tiene poder y sentido. Un sistema en el que no podemos excusar nuestra responsabilidad, aun cuando nuestro papel principal es normalmente el de víctimas.
Como hijo de agricultor debo adherirme a tu reivindicación del fruto y refutación del especulador. Aunque, si lo piensas, al prescindir del capitalismo posiblemente nos quedaríamos huérfanos de cosas como la novela, al menos tal y como la conocemos.

Miguel says
12 de marzo de 2009, 0:59

Ese título me ha dejado tan descarrilado que he necesitado un buen rato para captar el tema del artículo. Si leyese algo de poesía, no empezaría pensando que malos materiales para acuñar moneda son los metaloides.
Pero qué buenos para la electrónica...

J says
12 de marzo de 2009, 14:22

No te atrevas a utilizar tu formación científica para intentar destruir mis asaltos hermenéuticos.

Por otra parte, llevas razón. Pero a Vallejo(que podía escribir cosas como "¡Molécula exabrupto! ¡Átomo terso!") no le preocupaba mucho la precisión terminológica, sino su capacidad para conmover.
Esos metaloides aparecen, además, en otros poemas, donde se les califica de "horrendos".
Y por último: no puedo evitar que en mi interpretación gravite una circunstancia absolutamente íntima. Para mí el sufijo -oide arrastra unas connotaciones metálicas, futuristas y, a la vez, ominosas. El motivo es muy simple. En mi niñez conocí a un chico algo mayor que yo que era capaz de pronunciar con claridad la palabra "humanoide" solo con eructos. O para ser más precisos, que modulaba su eructo con la forma de esa palabra. ¡Si supiera ese virtuoso el alcance de sus gestas fonadoras!

A. Bettik

Qué tremendos os ponéis...

Sólo un "por cierto": igual no es tan descabellado buscar una vinculación entre el materialismo histórico y Claudio Rodríguez... Dicho queda... Y si no, releamos "Alto jornal", por ejemplo.