Por la nieve

No hay requisitorias civiles ni razones morales que justifiquen el nacimiento de este blog; ni siquiera contamos para su desarrollo con órbitas que avalen sus desplazamientos. De hecho, si se nos pidiera que certificásemos su talante, repetiríamos el alegato de Antonio (Antonio de la Torre) frente al tribunal que le dará la condicional en Azul oscuro casi negro:

Miren, yo les voy a decir todo lo que ustedes quieran oír para que me den la condicional. Eso está claro. Supongo que nadie es tan tonto como para no hacerlo. Más bien veo yo la cuestión de que ustedes crean o no en mis buenas intenciones. Y en ese sentido da igual que diga blanco o que diga negro. Es más un tema, lo veo yo, de lo que transmita cada uno. Así que si les parece me voy a quedar aquí callado, sentado un buen rato, que ustedes me miren el tiempo que necesiten oportuno, y bueno, vean si les transmito algo bueno…


(Minuto 5:50)



Esta bitácora no tiene más sentido que una romería. La meta es lo de menos, del santo y de su magnanimidad poco se espera, pero ya se sabe que la devoción, cuando se orea, lo que pierde en fe lo gana en canto. Asumimos que la literatura es ya un culto de catacumbas (¿para cuándo su eliminación definitiva del currículo de la enseñanza obligatoria?), así que escribimos –con Ferlosio– sólo por no callar. Y como abrigamos una devoción sin fe, despreciamos por igual el exhibicionismo y la fama (aunque tampoco vamos a escribir por la patilla, ayúdennos con los comentos, que todos conocemos las alternativas: inanes suplementos y revistas culturales, el bulto como criterio en las pilas de los más vendidos, los premios nacionales, las recomendaciones de La ventana y hasta las de El gato gourmet, el programa de Dragó…; bueno, también están los blogs de los nocilleros, el de Juan Cruz…).




Hemos decidido confiar nuestro rumbo –más por pereza que por sensibilidad poética– a la intuición de las derivas, y preferimos dedicarnos al esfuerzo inútil –blanco sobre blanco– del extravío por la nieve, lo que no significa, ni mucho menos, que vayamos a entregarnos, sin más ni más, al frívolo descarrío. Lamentablemente tenemos buena vista y es hecho probado que para ejercer la deconstrucción y la crítica en tiempo real, para aplicar los hallazgos de la física cuántica a la diégesis narrativa o sopesar el influjo cultural de las púas de Espinete en la puntuación de los jóvenes novelistas se exigen gafas de pasta. De igual manera, cedemos con agrado los derechos del fogonazo de ingenio literario (en adelante, cumshot discursivo) a esa fértil generación de escritores formados en talleres narrativos y amamantados por las ingentes ubres de los blogs ( como los dedicados, verbigracia, al microrrelato), una promoción ilusionada que, con el criterio de un buscapiés, tantea lo que viene siendo el arte sin abrazarlo nunca, rígido y alto el codo, como embarcada sin saberlo en la nave loca de un vals desenfrenado, centrípeto y centrífugo al mismo tiempo.
De lo dicho podrá inferirse que nuestros pseudónimos son pruebas de pudor y no certificados de cobardía; preferimos caminar por la nieve sin hollar el hielo ni mancillar la estepa, cual pubescentes que retribuyen su cuerpo con su cuerpo sin dejar aún rastros de nadie. Por eso, y para evitar confusiones, comenzaremos de nuevo. Sirva el siguiente cuento de Shalámov (un post espera ansioso la publicación del segundo volumen de los Relatos de Kolimá) como texto iniciático y muestra de criterio (sí, también somos pretenciosos, ¿y qué?):







Por la nieve


¿Cómo se abre camino en la nieve virgen? Un hombre echa a andar, suda y blasfema, avanza sin apenas poder mover los pies, hundiéndose a cada instante en la esponjosa y profunda nieve. El hombre se marcha lejos, marcando su camino con irregulares hoyos negros. Se cansa, se acuesta en la nieve, enciende un pitillo, y el humo de la majorka se extiende en un nube azulada sobre la nieve blanca y brillante. El hombre ya se ha marchado lejos, pero la nube sigue suspendida en el lugar en que se había detenido a descansar: el aire es casi inmóvil. Los caminos se abren siempre en los días de calma, para que los vientos no barran los trabajos de los hombres. El hombre se marca sus propios puntos de orientación en la infinitud nevada: una roca, un árbol alto. El hombre guía su propio cuerpo por la nieve del mismo modo que un timonel dirige la barca por el río de un saliente a otro.
Tras el angosto e inseguro rastro trazado se mueven cinco o seis hombres pegados el uno al otro, hombro con hombro. Pisan junto a la huella, pero no en ella. Al llegar a un lugar señalado de antemano regresan, y de nuevo caminan de manera que se aplaste la virgen superficie nevada, el espacio aún no hollado por pie humano alguno.
El camino está abierto. Por él puede ir gente, convoyes de trineos, tractores.
Si se sigue tras los pasos del primer hombre, huella a huella, se formará un sendero visible pero difícilmente transitable y estrecho: una trocha y no un camino, lleno de hoyos por los cuales es más difícil de avanzar que por la nieve virgen.
El trabajo más duro es para el primero, y cuando a este se le agotan las fuerzas, lo reemplaza otro, de aquel mismo quinteto de cabeza. De entre los que siguen los pasos del primero, cada uno de ellos, incluso el más pequeño, el más débil, debe pisar un pedazo del manto nevado y no alguna otra huella.
Y sobre los tractores y a caballo no viajan los escritores, sino los lectores.

V. Shalámov, Relatos de Kolimá. Volumen I, Barcelona, Minúscula, 2007, pp. 7-8.

Ya está prensada la nieve del camino, el humo de las majorkas señala el destino. Os aguardamos, tártaros.

2 Responses to "Por la nieve"

J says
23 de febrero de 2009, 15:17

Quizá esté mal elogiarte, porque parece que algo le cae a uno de rebote... pero es que tengo que hacerlo. Este envoltorio es más de lo que uno podía desear, y desde luego es el más adecuado para un primer post cuyo contenido suscribo, mientras que solo puedo envidiar su forma.

Gracias por el trabajo y por la confianza.

P. Keternen says
23 de febrero de 2009, 15:50

Me tira mucho más la vergüenza que el pudor, por eso no me queda más remedio que aceptar, azorado, tus zalamerías. Sin embargo, para contrarrestar este incómodo alborozo, me permito copiarte un "conceto" que ayer me envió nuestro amigo barbudo de Vietnam (ya lo conocen por "Ong Tai Ràu": Don Extranjero Barba):
"Todo lo que tiene forma puede ser vencido. A lo que tiene forma es posible adecuarse de algún modo. Por esa razón, el sabio oculta su forma en la nada y deja su mente errando en el vacío".
El pensamiento es del maestro Shuangdi y yo soy hijo de fresador.