"Vacío imperfecto" y la crítica prospectiva. Un experimento sobre el prejuicio.

Para P. S., impulsor de desvaríos

I. VACÍO PERFECTO

Habrán adivinado nuestros lectores que el título de esta nueva sección es una fácil alteración del de una obra de Stanislaw Lem, Vacío perfecto, recientemente reeditada en España. El libro, perteneciente a la serie denominada Biblioteca del siglo XXI, reúne una serie de críticas sobre libros inexistentes. Lem se sitúa así en la estela de Borges y sus protestas irónicas contra el “desvarío laborioso y empobrecedor” de escribir libros, sobre todo cuando existe la posibilidad mucho menos onerosa de “simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario”.

En el caso del escritor polaco se trata, por cierto, de una serie de reseñas sobre obras de una ambición desmesurada, a veces casi grotesca. Es el caso Gruppenführer Louis XVI, la epopeya de un puñado de antiguos miembros de las SS que pretenden –y lo más estimulante: consiguen- reproducir en una ignota selva americana la corte del rey francés, en un acto delirante de voluntad genesiaca. Otra de las novelas es Gigamesh, con la que su autor aspira a condensar toda la historia y la cultura de la humanidad mediante un cifrado lingüístico portentoso. Todos los libros reseñados por Lem hablan, en realidad, de un intento de crear el mundo o de explicarlo en su totalidad: dos tareas que, al fin y al cabo, se parecen bastante.

Será ocioso recordar que esta clase de juegos literarios cobran su sentido y su valor bajo la égida del paradigma posmoderno. Solo en ese contexto se puede entender que su inevitable carácter lúdico sea, en el fondo, una respuesta a la crisis absoluta en que se halla inmersa la civilización occidental a mediados del siglo XX, cuando en su pensamiento y en su arte empieza a cundir una sistemática desconfianza hacia la cosmovisión de la modernidad y el proyecto de la Ilustración, con todos sus herederos y variantes, incluidas las vanguardias.

En literatura, una de las consecuencias de esta desconfianza es la desmitificación del poder taumatúrgico del creador. Eso explica la sustitución de la obra por su reseña, es decir, el sacrificio del discurso literario, al que reemplaza el discurso crítico. Esta permuta permite situar al lector en una posición desde la que accede a los mecanismos y códigos propios de la creación artística. No obstante, al presentarse como el reflejo de un original cuya existencia es puramente conjetural, ese discurso crítico también se ficcionaliza.

Habría que advertir, sin embargo, que en Vacío perfecto toda esa compleja propuesta metaliteraria se elabora bajo el imperio del humor, y también, por qué no, con la vaga nostalgia de quien reconoce añorar la vieja confianza del creador en la validez de su palabra como fundadora de mundos.

II. HACIA EL VACÍO IMPERFECTO

Me he extendido un poco con el libro de Lem porque me parece imprescindible para explicar bien lo que, en la medida de nuestras pobres fuerzas y talentos, pretendemos hacer en esta nueva sección. El punto de partida es el mismo: Vacío imperfecto será una colección de reseñas sobre libros inexistentes. Pero aquí acaban las semejanzas sustanciales. Todo lo demás son diferencias. Para conocerlas, he aquí el

PENTÁLOGO DE VACÍO IMPERFECTO:

Los libros que se reseñarán no existen, pero sus autores sí. Se trata además de autores vivos que gozan de la edad y la salud necesarios para juzgar improbable su inminente deceso o su incapacitación para la creación literaria. No nos valdría, por ejemplo, Francisco Ayala, cuya provecta edad desaconseja aguardar un regreso a la creación. Tampoco nos vale Roberto Saviano.

Los libros comentados, obra de autores reales, vivos y pimpantes, no existen, pero (aquí viene lo importante) ¡VAN A EXISTIR! Porque lo que vamos a reseñar es, exactamente, el próximo libro de ese autor. Es por eso que el lugar que ocupan nuestras críticas no es el vacío perfecto en el que los textos de Lem adquirían su autonomía ontológica. El vacío al que lanzamos nuestras críticas es provisional y vicario, acechado por la incierta llegada del verdadero libro que ha de delatar su condición apócrifa. El lugar en el que operan nuestros textos es, por tanto, un vacío imperfecto.

Esto justifica la elección de autores vivos y que no hayan decidido abandonar la literatura. Deben ser, además, relativamente conocidos, para que nuestro experimento no sea más solipsista de lo que ya va siendo. Es muy importante, además, que el elegido no haya divulgado el contenido de su próxima obra, una sinopsis de su argumento o una indicación sobre sus personajes, ambientación o subgénero. En suma: no queremos que nos facilite la tarea.

Como se puede advertir, estamos pensando en obras narrativas, sobre todo novelas (aunque no excluimos, por supuesto, el cuento). La poesía no entra de momento en nuestros planes, por una razón muy sencilla: reseñar el siguiente libro de un poeta entraña poco riesgo, pues su contraste con el libro real, cuando aparezca, no reflejará disonancias tan claras y notorias como las de una novela. De hecho, en muchas ocasiones, cuando contrastamos dos críticas reales sobre un mismo poemario da la sensación de que una de las dos habla en realidad sobre otra obra. Y otras veces, cuando además se lee el libro reseñado, se comprueba que ninguna de las dos críticas hablaba en realidad sobre él.

De lo dicho en el apartado anterior se infiere que la labor de Vacío imperfecto no se acaba con la elaboración de una crítica sobre un libro-que-no-es-pero-será. Hay una SEGUNDA PARTE en este experimento, mucho más ingrata y onerosa, pero con la que nos comprometemos con esa alada gratuidad con que el ser humano acepta las empresas más formidables. ¿Que a qué me refiero? Pues a la tarea de contrastar lo se expone en la crítica prospectiva con la realidad del libro publicado. Nos comprometemos, mal que nos pese, no ya a leer los libros reales, sino a elaborar un informe lo más pulcro, objetivo y serio que nos sea posible sobre nuestros aciertos y errores. Al final de ese trabajo tendremos que hacer una evaluación más cualitativa que cuantitativa, conforme a los objetivos que exponemos en los siguientes apartados.

NUESTRA VOLUNTAD NO ES LITERARIA, y si alguien percibe lo contrario, se equivoca. Una recensión crítica típica incluye elementos tales como una síntesis del argumento, un esbozo de los personajes, una contextualización de la obra lo más precisa posible y una valoración de sus virtudes y defectos. Si la obra que da pie al comentario no existe, el texto crítico, con todos los ingredientes mencionados, se convierte en una ficción literaria: es lo que ocurre con las reseñas de Lem, o las que hace Borges en “El acercamiento a Almotásim” o en el “Examen de la obra de Herbert Quain”.

Las de Vacío imperfecto solo son provisionalmente ficticias, pues al fin y al cabo están condenadas a encontrarse con su referente, las novelas futuras y reales de los escritores seleccionados. Al confrontarse con ellas, lo que era ficción se convierte en mentira; la fábula se transforma en error y fracaso. Pero, ¿y si coincide en algún aspecto con la obra imaginada y reseñada con la obra real? El verdadero propósito de la sección no es, en realidad, jugar a una especie de lotería literaria, sino encontrar elementos de reflexión tanto en los aciertos como en los errores. De eso trata el punto 5º y último.

La ambición de Vacío imperfecto pertenece en exclusiva al dominio de la crítica literaria. No negamos que el punto de partida tiene algo de broma: el juego es, de hecho, el combustible de esta sección. Pero el componente lúdico no repele una intención más seria que tiene que ver con LA CUESTIÓN DEL PREJUICIO. Aquí es donde queríamos llegar.

En la trastienda de cualquier juicio literario suele haber, de forma manifiesta o larvada, una predisposición, lo que en ocasiones no deja de ser una forma atenuada del prejuicio. Negar este hecho sería tan necio como renunciar a los hallazgos que puedan derivarse de gestionarlo con inteligencia, con el agravante de que, además, resultaría deshonesto. Es imposible que un crítico afronte su tarea desde la absoluta inocencia, porque su propia formación, la obra anterior del autor sobre el que escribe, el género al que pertenece ese libro, la tradición en la que se inscribe… todo, en definitiva, cuanto rodea el acto de leer y la actividad de interpretar y juzgar afecta de forma integral al ánimo del comentarista. Eso incluye también una dimensión irracional que se manifiesta en forma de inercias de adhesión, rechazo, indiferencia o interés bajo las que el crítico ha de trabajar, y que se refleja finalmente en lo que escribe.

En mi opinión, el buen crítico no es el que lucha por anular sus prejuicios (labor que, ya hemos dicho, es imposible), sino el que trabaja para conocerlos, el que elimina los más atrabiliarios, el que los enriquece con su inteligencia y sus conocimientos: ¿a qué otra cosa podremos llamar “educación del gusto”? Buen crítico será, en fin, quien sepa integrar esos prejuicios en un sistema que represente su propia concepción, global y articulada, de la literatura.

Las reseñas prospectivas de Vacío imperfecto son una forma de analizar nuestros propios prejuicios de una forma creativa y dialéctica. Creativa porque nos impone la obligación de situarnos en el lugar del escritor, anticipando su obra con la base insuficiente de nuestras expectativas personales. El resultado, por supuesto, no será tan afortunado como el de Pierre Menard (entre otras cosas porque somos infinitamente más perezosos y menos escrupulosos que él), pero al menos tendrá la humilde virtud de la honestidad. Escribir sobre la obra aún no leída supone un streptease del prejuicio, su intemperie absoluta. Por el contrario, cuando se somete a juicio algo que se ha leído es mucho más fácil maquillar la influencia de esas ideas previas, que muchas veces obligan a retorcer la realidad del texto para confirmarlas sin que el lector perciba esa maniobra.

Decíamos también que este ejercicio entraña una actividad dialéctica, además de creativa. La dialéctica surge del contraste entre la predicción y el suceso literario. Previsiblemente, los detalles sobre el argumento y la trama, los personajes, ambientación e incluso el subgénero que prevean las críticas apócrifas chocarán una y otra vez con la realidad tozuda del texto real. En cambio, los intereses temáticos, el universo moral, los principales rasgos del estilo, la inclinación por el realismo o la fantasía y otros aspectos genéricos o estructurales pueden preverse con mayores posibilidades de acierto. En cualquier caso, esta actividad dialéctica de contraste tiene como principal propósito el calibrar el peso de nuestros propios prejuicios, su naturaleza y su validez. Por eso servirá para confirmarlos, para modificarlos o anularlos, en todo o en parte. De eso habrá que dar cuenta.

[Arengando a las masas tortugófilas. Foto graciosamente cedida por Miguel]

En ningún caso nos mueve el ánimo parodiar o ridiculizar: si así fuera, prescindiríamos del momento comparativo de nuestro trabajo, porque una caricatura siempre tiene más fuerza cuando actúa lejos de su modelo. Y si se diera el caso improbable de unas coincidencias masivas no se nos podría acusar de malevolencia; al contrario, habría que censurar a un autor con un mundo tan pequeño que solo puede recorrerlo pisando huellas ya marcadas. En cualquier caso, procuraremos mantener un tono general de contención, tanto en los casos de elogio como en los de censura.

AL TAJO

Es el momento de dejar la teoría y empezar con la práctica. Solamente resta añadir una última consideración. Para eludir nuestro propio hastío intentaremos introducir algún elemento sorprendente ¡incluso para nuestras ideas preconcebidas! Imagínense un Javier Marías ensayando un drama rural en la Galicia del XIX, una Almudena Grandes que embarca a sus personajes en una nave espacial, un Muñoz Molina que se anima a resucitar el nouveau roman.

De momento mantendremos a raya nuestro atrevimiento. Por eso hemos decidido empezar desde abajo, eligiendo un autor facilito que ofrezca algunas garantías de éxito en el momento B del ejercicio. ¿Saben ya de quién les hablo? ¿Sí? Pues, efectivamente, de ese mismo.


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Die große Kritik. Los abogados de la literatura, I: Lessing, el padre de la crítica alemana. La madre del cordero.

Para Lansky

Inauguramos sección: Die große Kritik. Un espacio para el homenaje y el comento de la crítica más excelsa. Y como no podía ser de otro modo, comenzamos con Marcel Reich-Ranicki, uno de nuestros críticos fetiche. En sucesivas entregas V. Stlánik nos hablará de su vida, tarea nada baladí -aunque mi amigo no elija para hacerlo el moderno y exitoso género de la autoficción- y casi imprescindible –incluso por razones “científicas”– para comprender la verdadera dimensión de ese ser humano que parece custodiar la llama originaria del fuego crítico. Basten unos apuntes, de momento, para que los lectores de suplementos culturales españoles calibren el alcance de su onda expansiva.
En Alemania hay imanes para frigorífico con el rostro del crítico; y hay frigoríficos que lucen ese distintivo con el mismo orgullo que las letras de Bosch (la foto que hay más abajo les disuadirá de la razón del atractivo físico). Su autobiografía, Mein Leben (Mi vida, Galaxia Gutenberg, 2000), llegó a los primeros puestos de la lista de los libros más vendidos. Ranicki rechazó en directo, en la entrega de los premios más importantes de la televisión alemana, el galardón que premiaba toda su obra (recordó que no era la primera vez y afirmó delante del numeroso público que la gala era una estupidez); recomiendo que vean el vídeo –sospecho que lo verán entero, aunque no sepan alemán y les dé la sensación de que se trata de un videomontaje–.



Si yo fuese responsable de una publicación literaria española, sólo estos tres apuntes provocarían en mí un efecto similar al que me infunden las Instrucciones-ejemplos sobre la forma de tener miedo, de Cortázar.
Pero no nos dejemos deslumbrar por los abalorios y las excentricidades del genio, aunque la excentricidad (en sentido recto) sea uno de los atributos del buen crítico.
De los dos libros de crítica de Reich-Ranicki traducidos a nuestra lengua, quizás el que merezca ser comentado en primer lugar sea Los abogados de la literatura (Galaxia Gutenberg, 2006), no sólo porque sus veintitrés capítulos –veintitrés retratos de críticos insignes: Lessing, Goethe, Walser, Schlegel, Fontane, Mann, Kaiser, Benjamin…– conforman una historia-canon de la crítica alemana, sino porque su autor se retrata también en ellos de la mejor manera que pueden hacerlo los de su oficio: implicándose con pasión en la faena de otros.
La claridad en la exposición de los contenidos es la virtud más visible de la escritura de Ranicki. Da gusto leer estos ensayos. Pero la verdadera eficacia pedagógica del crítico depende de otras habilidades que considero no menos importantes: la capacidad de acompasar el contenido del discurso a la lógica del lector y, lo que es aún más plausible en este tipo de trabajos, la pulcra posición del estudioso respecto a la materia tratada, que provoca esa ilusión tan infrecuente de que se nos está contando desde dentro, sin que los alardes de erudición o el afán de protagonismo puedan romper esa magia; al fin y al cabo, la familiaridad con la que habla con los muertos diferencia al sabio del erudito (me acuerdo ahora, por ejemplo, de los libros de Lapesa, de los de Claudio Guillén).



Ranicki cuida especialmente esa mesura, que no ha de confundirse con la tibieza, en el primer capítulo del libro, que aborda la figura de Gotthold Ephraim Lessing, “el padre de la crítica alemana”(Adam Müller). Y es lógico que sea así, al menos por dos razones. En primer lugar, porque el crítico nacido en Polonia en 1920 se cuida de no perpetuar la leyenda que, desde la necrológica de Herder, ha acompañado el recuerdo de Lessing. Una leyenda que perpetuó la obligación de defender a Lessing (con contenida sorna y exhaustividad bibliográfica Ranicki constata la pervivencia del adjetivo que creó escuela para definir al dramaturgo: “viril”) sin estimarlo ni quererlo, sin apreciar su obra literaria ni apreciar su talante crítico. El propio Lessing, dice Ranicki, debía de sospechar algo cuando escribió:
Queremos ser leídos
con menos unción y mayor diligencia

Reich-Ranicki apunta la razón de la paradoja con una pregunta retórica que tal vez serviría también para explicar la leyenda del suicida por amor aplicada a nuestro Larra:
¿Es tan descabellado sospechar que, en ocasiones, hemos intentado quitarnos así de encima a un clásico incómodo, cuando no, incluso, un tanto inquietante?




Sin embargo, la honestidad y la sabiduría de Ranicki le impiden caer en la ridícula operación de la posmodernidad mal entendida de crear una especie de freak anacrónico a partir de la defensa de un escritor incomprendido (material había para ello). El imperativo moral que mueve a Ranicki es otro:
Pocas cosas hubiéramos aprendido de Lessing si lo hubiéramos magnificado sin ponerlo en cuestión

A partir de aquí, Ranicki perfila el retrato de un auténtico monstruo de naturaleza, polemista nato, con gran “capacidad para el odio”, que “despilfarró mucho tiempo en enfrentamientos gacetilleros”, pero que dejó perlas como las siguientes:
[En cualquier discusión había que aplicar el siguiente axioma] La parte derrotada sólo pierde errores, y puede participar en todo momento en la victoria del contrario

[A Goeze, párroco protestante de Hamburgo, le escribía] Me está permitido derramar gota a gota sobre su cráneo desnudo el cubo de agua pútrida en la que usted quiere ahogarme

Lessing no desconoció la crítica complaciente, fracasó como propagandista del Teatro de Hamburgo, cambió de parecer en la valoración de las obras tras enemistarse con antiguos amigos, empleó más energía en descalificar los malos libros que en ensalzar las virtudes de los buenos (aunque para estos últimos defendía lo contrario), no aceptó las críticas negativas a sus propias obras (a pesar de que creyó con verdadera devoción en la función pedagógica del rechazo), parecía estar más fascinado por la filología que por la literatura, mas defendía el primado de la práctica (toda una rareza, comenta Reich-Ranicki, en la época), no se ocupó con profundidad de los grandes (subestimó a Goethe y despreció a los demás escritores del Sturm und Drang). Sobre el Werther de Goethe, verbigracia, escribía:
¿Cree que un muchacho romano o griego iba a comportarse así y quitarse la vida por eso?

Es difícil resistirse a transcribir las citas de Lessing recogidas por Ranicki, que administra como nadie la aparente paradoja que caracterizaba su personalidad. Sin embargo, sí resulta imprescindible citar la segunda pregunta retórica del retratista, la misma que el lector se hace después de veinte páginas de biografía delirante:
¿Fue Lessing un gran crítico? O, incluso: aquel polemista, ¿fue siquiera un crítico?




La respuesta de Ranicki, como no podía ser de otro modo, comienza también con una paradoja:
Fue más y menos que eso al mismo tiempo […] Durante toda su vida abogó por la crítica como institución, defendiéndola y exigiendo incansable su reconocimiento […] en el último y famoso texto de la Dramaturgia de Hamburgo explica que todos sus éxitos como dramaturgo se los debe <>[…]estas declaraciones han sido malinterpretadas como una confesión franca de sus limitaciones: se ha tomado al pie de la letra una afirmación cuya única finalidad era encomiar a la crítica y protestar contra quienes creen poder prescindir de ella

Decía arriba que hay una segunda razón por la que Marcel Reich-Ranicki parece mostrarse mesurado en la apología de Lessing. Creo que para entender esa razón no vendría mal recordar que la mesura acompañó al Cid en sus victorias, y que fue eso lo que le hizo grande, aunque el botín se lo quedaran aquellos por los que luchaba. Sí, ya sé que los que se atienen “al pie de la letra” me dirán que eso sólo es válido para el Cid de la ficción.


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