Die große Kritik. Los abogados de la literatura, I: Lessing, el padre de la crítica alemana. La madre del cordero.

Para Lansky

Inauguramos sección: Die große Kritik. Un espacio para el homenaje y el comento de la crítica más excelsa. Y como no podía ser de otro modo, comenzamos con Marcel Reich-Ranicki, uno de nuestros críticos fetiche. En sucesivas entregas V. Stlánik nos hablará de su vida, tarea nada baladí -aunque mi amigo no elija para hacerlo el moderno y exitoso género de la autoficción- y casi imprescindible –incluso por razones “científicas”– para comprender la verdadera dimensión de ese ser humano que parece custodiar la llama originaria del fuego crítico. Basten unos apuntes, de momento, para que los lectores de suplementos culturales españoles calibren el alcance de su onda expansiva.
En Alemania hay imanes para frigorífico con el rostro del crítico; y hay frigoríficos que lucen ese distintivo con el mismo orgullo que las letras de Bosch (la foto que hay más abajo les disuadirá de la razón del atractivo físico). Su autobiografía, Mein Leben (Mi vida, Galaxia Gutenberg, 2000), llegó a los primeros puestos de la lista de los libros más vendidos. Ranicki rechazó en directo, en la entrega de los premios más importantes de la televisión alemana, el galardón que premiaba toda su obra (recordó que no era la primera vez y afirmó delante del numeroso público que la gala era una estupidez); recomiendo que vean el vídeo –sospecho que lo verán entero, aunque no sepan alemán y les dé la sensación de que se trata de un videomontaje–.



Si yo fuese responsable de una publicación literaria española, sólo estos tres apuntes provocarían en mí un efecto similar al que me infunden las Instrucciones-ejemplos sobre la forma de tener miedo, de Cortázar.
Pero no nos dejemos deslumbrar por los abalorios y las excentricidades del genio, aunque la excentricidad (en sentido recto) sea uno de los atributos del buen crítico.
De los dos libros de crítica de Reich-Ranicki traducidos a nuestra lengua, quizás el que merezca ser comentado en primer lugar sea Los abogados de la literatura (Galaxia Gutenberg, 2006), no sólo porque sus veintitrés capítulos –veintitrés retratos de críticos insignes: Lessing, Goethe, Walser, Schlegel, Fontane, Mann, Kaiser, Benjamin…– conforman una historia-canon de la crítica alemana, sino porque su autor se retrata también en ellos de la mejor manera que pueden hacerlo los de su oficio: implicándose con pasión en la faena de otros.
La claridad en la exposición de los contenidos es la virtud más visible de la escritura de Ranicki. Da gusto leer estos ensayos. Pero la verdadera eficacia pedagógica del crítico depende de otras habilidades que considero no menos importantes: la capacidad de acompasar el contenido del discurso a la lógica del lector y, lo que es aún más plausible en este tipo de trabajos, la pulcra posición del estudioso respecto a la materia tratada, que provoca esa ilusión tan infrecuente de que se nos está contando desde dentro, sin que los alardes de erudición o el afán de protagonismo puedan romper esa magia; al fin y al cabo, la familiaridad con la que habla con los muertos diferencia al sabio del erudito (me acuerdo ahora, por ejemplo, de los libros de Lapesa, de los de Claudio Guillén).



Ranicki cuida especialmente esa mesura, que no ha de confundirse con la tibieza, en el primer capítulo del libro, que aborda la figura de Gotthold Ephraim Lessing, “el padre de la crítica alemana”(Adam Müller). Y es lógico que sea así, al menos por dos razones. En primer lugar, porque el crítico nacido en Polonia en 1920 se cuida de no perpetuar la leyenda que, desde la necrológica de Herder, ha acompañado el recuerdo de Lessing. Una leyenda que perpetuó la obligación de defender a Lessing (con contenida sorna y exhaustividad bibliográfica Ranicki constata la pervivencia del adjetivo que creó escuela para definir al dramaturgo: “viril”) sin estimarlo ni quererlo, sin apreciar su obra literaria ni apreciar su talante crítico. El propio Lessing, dice Ranicki, debía de sospechar algo cuando escribió:
Queremos ser leídos
con menos unción y mayor diligencia

Reich-Ranicki apunta la razón de la paradoja con una pregunta retórica que tal vez serviría también para explicar la leyenda del suicida por amor aplicada a nuestro Larra:
¿Es tan descabellado sospechar que, en ocasiones, hemos intentado quitarnos así de encima a un clásico incómodo, cuando no, incluso, un tanto inquietante?




Sin embargo, la honestidad y la sabiduría de Ranicki le impiden caer en la ridícula operación de la posmodernidad mal entendida de crear una especie de freak anacrónico a partir de la defensa de un escritor incomprendido (material había para ello). El imperativo moral que mueve a Ranicki es otro:
Pocas cosas hubiéramos aprendido de Lessing si lo hubiéramos magnificado sin ponerlo en cuestión

A partir de aquí, Ranicki perfila el retrato de un auténtico monstruo de naturaleza, polemista nato, con gran “capacidad para el odio”, que “despilfarró mucho tiempo en enfrentamientos gacetilleros”, pero que dejó perlas como las siguientes:
[En cualquier discusión había que aplicar el siguiente axioma] La parte derrotada sólo pierde errores, y puede participar en todo momento en la victoria del contrario

[A Goeze, párroco protestante de Hamburgo, le escribía] Me está permitido derramar gota a gota sobre su cráneo desnudo el cubo de agua pútrida en la que usted quiere ahogarme

Lessing no desconoció la crítica complaciente, fracasó como propagandista del Teatro de Hamburgo, cambió de parecer en la valoración de las obras tras enemistarse con antiguos amigos, empleó más energía en descalificar los malos libros que en ensalzar las virtudes de los buenos (aunque para estos últimos defendía lo contrario), no aceptó las críticas negativas a sus propias obras (a pesar de que creyó con verdadera devoción en la función pedagógica del rechazo), parecía estar más fascinado por la filología que por la literatura, mas defendía el primado de la práctica (toda una rareza, comenta Reich-Ranicki, en la época), no se ocupó con profundidad de los grandes (subestimó a Goethe y despreció a los demás escritores del Sturm und Drang). Sobre el Werther de Goethe, verbigracia, escribía:
¿Cree que un muchacho romano o griego iba a comportarse así y quitarse la vida por eso?

Es difícil resistirse a transcribir las citas de Lessing recogidas por Ranicki, que administra como nadie la aparente paradoja que caracterizaba su personalidad. Sin embargo, sí resulta imprescindible citar la segunda pregunta retórica del retratista, la misma que el lector se hace después de veinte páginas de biografía delirante:
¿Fue Lessing un gran crítico? O, incluso: aquel polemista, ¿fue siquiera un crítico?




La respuesta de Ranicki, como no podía ser de otro modo, comienza también con una paradoja:
Fue más y menos que eso al mismo tiempo […] Durante toda su vida abogó por la crítica como institución, defendiéndola y exigiendo incansable su reconocimiento […] en el último y famoso texto de la Dramaturgia de Hamburgo explica que todos sus éxitos como dramaturgo se los debe <>[…]estas declaraciones han sido malinterpretadas como una confesión franca de sus limitaciones: se ha tomado al pie de la letra una afirmación cuya única finalidad era encomiar a la crítica y protestar contra quienes creen poder prescindir de ella

Decía arriba que hay una segunda razón por la que Marcel Reich-Ranicki parece mostrarse mesurado en la apología de Lessing. Creo que para entender esa razón no vendría mal recordar que la mesura acompañó al Cid en sus victorias, y que fue eso lo que le hizo grande, aunque el botín se lo quedaran aquellos por los que luchaba. Sí, ya sé que los que se atienen “al pie de la letra” me dirán que eso sólo es válido para el Cid de la ficción.


8 Responses to "Die große Kritik. Los abogados de la literatura, I: Lessing, el padre de la crítica alemana. La madre del cordero."

J says
13 de mayo de 2009, 15:44

Nuestra renuncia a incorporarnos a ninguna órbita quiere seguir esta pauta de la excentricidad de la que tú hablas. Eso no excluye el conocimiento y el respeto a la tradición. Reich-Ranicki reúne ambas condiciones, y por eso es uno de los buenos a los que hay que arrimarse. La pregunta es: ¿tenemos alguien equiparable a él entre nuestros críticos del siglo XX? ¿Dámaso Alonso, Bousoño, Gullón, Sobejano, Guillén, Mainer? Sí, pero su labor más importante se sitúa en una segunda línea del frente, más cercanos a la crítica académica, y no en la inestable trinchera de la crítica partisana. ¿A quién tenemos en esta última que esté a la altura de Ranicki?

Vamos, amigos lectores, sugerid nombres.

A. Bettik

A ver: voy a ser yo también un poco excéntrico. What about Julio Caro Baroja? Ya sé, ya sé que propiamente no era (es) crítico literario, pero sabía leer muy bien, y aprovechar muy bien los materiales de origen literario en sus estupendas construcciones antropológicas. O históricas. O sociológicas. O lo que fueren. En este sentido, me parece que tenía una buena talla de humanista (uf, qué miedo me da este término tan connotado).

P. Keternen says
13 de mayo de 2009, 18:47

Querido Bettik, sin duda que Caro Baroja tuvo dilatada la vena crítica, pero me parece que por lo que sugiere Víctor no podríamos proponerlo como soldado, como censor atento y activo de la literatura de (su) última hora.
Tal vez Clarín con sus paliques podría hermanar con Lessing, y Menéndez Pelayo... Pero entiendo que lo que Víctor se cuestiona es si, de los críticos de nuestro siglo que han estado o están en primera línea de fuego (los Contes, Pozuelos, Posadas, Echevarrías...) habría alguno comparable a Ranicki.
No es tanto una pregunta como un deseo, que por otra parte sabemos por Cernuda es una pregunta cuya respuesta no existe. Ese es nuestro Sino.

Lansky says
18 de mayo de 2009, 8:29

Gracias por la dedicatoria, además Ranicki me gusta mucho y era autodidacta. Aquí no creo que haya nadie comparable, Manguel es demasiado superficial, Goytisolo casi se dedica a la literatura medieval marginal y Borges ya no está.

A. Bettik

Sí, creo que entendí a Stlánik, y también que su pregunta tenía no
poco de retórica. Tu nota, apreciable K., me parece no obstante muy oportuna. Aclara
(más aún) las cosas...

Por mi parte aproveché para colar una "excentricidad" -casi casi en
el sentido etimológico del término-, como ya advertía. Aunque quizás
no sea una inconveniencia, ya que alguna que otra entrada y/o
comentario de este blog se han mencionado ensayistas de postín, creo recordar.

Tampoco yo veo así, de repente, figuras equiparables a la que se propone. Pero no sigo mucho la actualidad de la crítica, la verdad. Es posible que -tiempo al tiempo- alguno / a de los que ahora apuntan alcance un fuste tan grueso como el que se nos plantea. Pienso, por ejemplo, en varios de quienes colaboran en ABCD. Pero dentro de esas mismas páginas tengo muy claro quién no sirve para nada y va a ser difícil que mejore. (De hecho, esto lo tengo bastante más claro que lo anterior.)

Espero que prosiga esta serie. Servidor aprenderá mucho.

Saludos.

P. Keternen says
19 de mayo de 2009, 14:11

Lansky, era casi un obligatorio dedicarte el comentario positivo de un libro en el que abundan los palos (y las flores). Bienvenido de nuevo a nuestra charca.

P. Keternen says
19 de mayo de 2009, 14:13

Estimado Bettik, muchas gracias, antes que nada, por los ánimos. Habrá más ranickis y más "grosse kritik", aunque sólo sea para seguir predicando en el desierto (si a algunos hasta les pagan por eso cuánto más sentido no tendrá hacerlo gratis).
Entiendo y agradezco tus excentricidades, no te vayas a cortar ahora. Y comparto lo que dices del ABCD: tanto que es el suplemento cultural más serio como que también cuenta con más reseñadores que críticos. Habría que ver si coincidimos en nombres y apellidos, aunque sospecho que en buena parte lo haríamos.
Salutem

P. Keternen says
19 de mayo de 2009, 14:15

Lo de "casi un obligatorio" suena como a supositorio. Perdón por la errata, Lansky.