Literatura del miedo (II): "Derrumbe", de Ricardo Menéndez Salmón

Si la novela de Isaac Rosa limitaba su exploración del miedo al ámbito de quienes –en principio- figuran como sujeto pasivo, la de Menéndez Salmón intenta abarcar las dos orillas, la de quienes infunden el terror y quienes lo padecen, los verdugos y sus víctimas. De modo que la indagación sobre el miedo incluye otra sobre el mal, sobre sus vínculos, sus fronteras y sus transferencias.
Esta propuesta tiene una dimensión antropológica que trasciende la estricta actualidad del asunto sin anularla del todo. Es decir, que la novela nos habla sobre el mal, el dolor o el terror como categorías universales pero sin soltar amarras con su tiempo. Eso se hace posible mediante la práctica de una sutil distorsión del espacio narrativo para adquirir cierto aire de fábula. El resultado es la creación de un territorio imaginario, la ciudad de Promenadia, en el que se sintetizan estilizados referentes de un entorno cantábrico y los ingredientes de una prospección levemente futurista, como si se practicara una ciencia-ficción en la que se hacen efectivas realidades que, aunque inexistentes de momento, son posibles con los actuales medios tecnológicos.

Esta amalgama de propuestas e intereses hacen de Derrumbe una novela mucho más ambiciosa que la de Isaac Rosa. En contrapartida, la hace más susceptible de objeciones y reparos cuando se intenta evaluar el grado de consecución de estos propósitos. Las principales diferencias con El país del miedo tienen, no obstante, una naturaleza estética. Derrumbe profundiza en los principales rasgos distintivos de la narrativa de Menéndez Salmón, entre los que destacaría sobre todo dos. De un lado, un empleo intensivo y sabio de la elipsis, que descompone la narración y la presentación de los personajes en una sucesión de instantáneas cuya interrelación se establece en un plano más simbólico que estrictamente lógico o temporal. Por otra parte –y en estrecha conexión con ese discurso elíptico- hay que subrayar el especial manejo de la imagen poética, que trasciende el uso de simple recurso cosmético para desarrollar un papel fundamental en la construcción de los personajes, en el desarrollo de la acción y la interpretación del relato. Estoy pensando, por ejemplo, en la imagen del león que persigue al asesino Mortenblau y dicta el programa de su actividad sangrienta, pero también en el motivo recurrente de la máscara o la caperuza (¿esconden o hacen al verdugo?), o bien en la imagen del cuerpo humano, colosal y perfecta, que representa el parque temático de Corporama.
A diferencia de su celebrada novela anterior, La ofensa, ésta se presenta como una construcción abierta y, por así decirlo, dispersa. Ello se debe al intento de hacer convivir en un mismo recipiente dos historias distintas cuyos vínculos hay que buscarlos más en la continuidad de un espacio y de un clima moral que en explícitas relaciones argumentales. La primera de esas historias es la de un asesino en serie, Mortenblau, y la de su perseguidor, el policía Manila, que se desarrolla en la primera parte. En la segunda parte (que coincide cronológicamente con la primera casi en su totalidad) se cuenta la historia de unos jóvenes que deciden crear una célula terrorista –los Arrancadores- con el objeto de sembrar arbitrariamente el terror colectivo. Junto a esta línea argumental encontramos otras secuencias que se centran en Valdivia, padre de la novia de uno de los Arrancadores, que asiste pasivamente al extravío de su propia hija.

Hay, por último, una tercera parte en la que se intenta anudar y resolver las dos historias anteriores, aunque en mi opinión –y este puede ser el reparo más importante a la novela- ni una ni otra operación se verifican satisfactoriamente. La peripecia de Manila, que parecía zanjada al final de la primera parte (no quiero revelar nada importante) tiene ahora un epílogo cuando menos discutible con la reaparición de Mortenblau y el desenlace definitivo, que recuerda quizá excesivamente al de la película Seven. La historia de Valdivia tiene también una prolongación en la que se constata el distanciamiento definitivo de Vera, la hija, oscuramente seducida por el heroísmo negativo de los terroristas mártires. La verdad es que este remate presenta un aspecto residual en el conjunto, tal vez porque el conflicto que propone y las brumas que envuelven a Vera lo hacen más apropiado como arranque de un relato distinto que como final de éste.
Vista en su conjunto, Derrumbe puede parecer una novela fallida que no acaba de trenzar convincentemente sus distintas líneas argumentales (y el hecho de que lo intente mediante puntuales conexiones o coincidencias no hace más que subrayar esa carencia). Gana bastante, en cambio, cuando se separan sus principales constituyentes, cuando se leen independientemente sus partes o sus secuencias. La primera sección del libro, de hecho, justifica por sí misma toda su lectura, y constituye un ejemplo magistral de nouvelle que recuerda (por su calidad y por la depuración radical de su utillaje narrativo) a ciertas piezas de Luis Mateo Díez como El diablo meridiano.
Construido en forma de contrapunto, reducido a apenas un puñado de fogonazos que explotan la violencia, el miedo o la seducción del horror, el relato del asesino y su perseguidor trasciende ampliamente los tópicos de la intriga o el género de terror para abrir un espacio moralmente ambiguo. En ese espacio, la belleza se adueña del sufrimiento y el mal absoluto se deja seducir por la inocencia. Este territorio es el que explora con mayor solvencia Menéndez Salmón, aunque debe sortear los peligros del amaneramiento efectista que se hace presente en forma de imaginería morbosa, como sucede en la descripciones de los asesinatos (también sería el caso, ya en la tercera parte, de la escena de la proyección pornográfica en la que sorprende Valdivia a su hija, un anécdota prescindible demasiado cercana a los excesos bizarros de nuestro admirado David Lynch).


Además de lo que acabo de decir, Derrumbe presenta otro aspecto que me interesa bastante, y que a estas alturas me parece que se podría establecer ya como uno de los pilares de su literatura. Se trata de la búsqueda de un espacio en el que la indagación moral y la especulación más o menos abstracta encuentre un lugar natural en el espacio de la ficción, de modo que se integre en ella sin aspavientos forzados y sin provocar esa fractura entre discursos que da lugar al excurso digresivo. Creo que Menéndez Salmón ha encontrado el camino adecuado para afrontar ese propósito mediante la creación de relatos que rápidamente adquieren el aspecto de una fábula (incluso en historias tan referenciales como la de La ofensa) y personajes que, sin caer en el tópico, se muestran como arquetipos de valor universal. Los propios personajes son conscientes de este papel:

Valdivia recordó haber leído en una novela que en el interior de toda comunidad, por minúscula que fuera, sus miembros poseían caracteres míticos: El Feroz, el Magnánimo, El Sagaz, El Insobornable, El Lunático. Pensó entonces que quizá fuera ella, La Miedosa, quien mejor representaba en aquel trance el espíritu hegemónico de la época (pág. 124)
Quien lee Derrumbe tiene, efectivamente, la sensación de que se encuentra en un terreno cercano a lo mítico, con sus espacios despojados de identidad local, su imprecisión cronológica o su empleo de motivos simbólicos. Aunque a veces se deja seducir por la fácil solemnidad de los conceptos abstractos (véase la página 113 y las divagaciones sobre “la pureza de la nada”), Menéndez Salmón ha encontrado en esta forma de entender el relato una forma de expresión literaria personal y ambiciosa de la que caben esperar mejores pruebas. Allá lo veremos, dijo Agrajes.

[Queridos lectores: queda una tercera parte de este inacabable post. Intentaré que no sea onerosa, a pesar de las secuelas que me dejaron (a Keternen también) los Juegos Florales de Shakalin, en los que participamos en calidad de jurado la semana pasada]

18 Responses to "Literatura del miedo (II): "Derrumbe", de Ricardo Menéndez Salmón"

Lansky says
22 de abril de 2009, 8:11

El comentario del párrafo inicial a la novela de menéndez Salmón me recuerda mucho a las novelas de Michel Tournier, en especial El rey de los alisos, ¿la has leído? ¿Estoy errado?

J says
22 de abril de 2009, 10:38

Me temo que ahí tengo un hueco (cómo me fastidia reconocer estas cosas).
De todas formas, no sé si te refieres a un párrafo de mi comentario o al que reproduzco de la novela.

Lansky says
22 de abril de 2009, 12:03

Al párrafo de tu comentario en el que describes de qué va la novela del M. Salmón.

Michel Tournier no está de moda, y es un tío muy incómodo en Francia, Germanófilo (no nazí, sino como hispanista), homosexual, incorrecto y genial: Los meteoros, Viernes o los limbos del Pacífico y La mencionada antes son espléndidas. También sus ensayos literarios

Lansky says
22 de abril de 2009, 12:05

Ah, y dices que "ahí tengo un hueco". Yo no tengo lagunas, sino océanos. Pero me encanta navegar.

P. Keternen says
22 de abril de 2009, 18:46

Cuidado, chicos, con la navegación, que os veo cualquier día en la nave de los locos.
Me regodeo en la espera de la tercera parte, Víctor, sé que tu análisis va a tocar un palo fundamental (ya has pulsado bastantes teclas) de la narrativa que viene. Porque se ve venir. Los champiñones espontáneos de los nocilleros y los onanismos metaliterarios de los Cercas y compañía no van a ninguna parte, pero los Salmones, Rosas (y los Truebas, Escapas, los que permanecen al acecho, Solanos...) parece que van conformando algo parecido a una generación en la que los mejores artesanos saben que no se ha de renegar de Luis Mateo Díez para hablar de lo que pasa en la calle.
Ya sé que estoy apresurado y envalentonado, ingenuo como siempre, pero el post de Lansky sobre Marsé me ha puesto optimista.
Leyéndote, Víctor, mi optimismo se desborda, porque sé que esa promoción futura tendrá al menos un crítico que haga justicia. Alguien que saque bíceps, como hiciste en los Juegos Florales.

Lansky says
23 de abril de 2009, 8:02

Keternen:

A mí Cercas no me disgusta, aunque le noto, como diría,...excesivamente plano; no es Chirbes, vamos (comparten temas como la G.Civil), y aunque no he leido la última ni estará a la altura de Crematorio de Chirbes eso de desmontar la hagiografía del Borbón implicándolo en negativo en el 23 F está muy bien.

P. Keternen says
23 de abril de 2009, 18:00

A mí Cercas me disgusta precisamente por ser muy plano, muy periodista, por fabricar ladrillos en lugar de casas (añoro los microrrelatos). Respecto a su último libro, ya sabrás que según Jordi Gracia es una "obra maestra de la narrativa europea del siglo XXI", es decir, que no solo Chirbes o Luis Mateo sino también Roth, Pynchon y las generaciones venideras deberían dejar de escribir hasta el siglo XXII y entregarse a la lectura y relectura del Golpe de Cercas.
La idea es buena.

Lansky says
24 de abril de 2009, 11:29

Disiento, Keternen. Cercas será plano, no lo discuto como ya dije, por ser plano o por ser Cercas, no por periodista. Una de las mejores prosas del psado siglo fue la muy periodística de Chaves Nogales, que ahora por fortuna se está reeditando. Y en estados unidos, los norman mailer, sinclair lewis, Steinbeck , Dos Passos y truman capote, nada menos, hacían periodismo, no prosa plana. (o kapucinsky, rinaldi, seymour...)

P. Keternen says
24 de abril de 2009, 12:24

Respecto a Cercas, yo sí creo que parte de su simplicidad proviene, al menos en lo lingüístico, de la utilización de clichés típicos del lenguaje periodístico menos ambicioso. Fíjate, por ejemplo, en cuantas veces utiliza en Soldados de Salamina expresiones como "la verdad es que" o "lo cierto es que". Esa vulgarización de la lengua literaria (y no estoy defendiendo la "prosa de sonajero") no se da en Chaves Nogales, que sí sabe defender la crónica periodística con los recursos del cuento: ¿te acuerdas de ese relato que gira en torno a una mosca asesinada en una trinchera?

Como bien dices, no es lo mismo hacer periodismo que prosa plana.

Miguel says
24 de abril de 2009, 19:17

Está claro que mi mala memoria y escasa capacidad de relacionar lo leído harían de mí muy mal crítico... he tenido que coger mi ejemplar de El Rey de los Alisos para comprobar la afirmación de Lansky.
Tres páginas antes del arranque de la novela (ese "Eres un ogro") me he encontrado con una dedicatoria en la que no reparé en su día:
A la difamada memoria de
Staretz Grigori Iefimovitch
RASPUTÍN
De todas formas, aunque el protagonista de la novela de Tournier sea un ser totalmente proscrito, y temido, no veo que explore el miedo tanto como Stlánik nos cuenta de la de Isaac Rosa y de la de Menéndez Salmón. Más bien se ocupa de la ternura, aunque en circunstancias nada propicias a su aparición.

Miguel says
24 de abril de 2009, 19:22

Otro comentario, para no mezclar las cosas y para ventilar algo que me reconcome: me paso la vida persiguiendo a los que confunden la palabra española 'bizarro' con la inglesa 'bizarre'. ¿Es una batalla perdida? ¿Debería ocuparme en actividades más productivas?

Copio la entrada del 'Diccionario Panhispánico de dudas':bizarro -rra. En español significa ‘valiente, esforzado’: «Llega el capitán Andrés Cuevas, un bizarro combatiente al mando de un pelotón» (Matos Noche [Cuba 2002]); y ‘lucido, airoso’: «Vuestra juventud reverdecerá más bizarra y galana que nunca» (Luján Espejos [Esp. 1991]). Debe evitarse su empleo con el sentido de ‘raro o extravagante’, calco semántico censurable del francés o del inglés bizarre: Marca de incorrección.«—Es un nombre bizarro. —No cuando se ha nacido en Sídney y se es australiana» (Leyva Piñata [Méx. 1984]). Tampoco debe emplearse bizarría con el sentido de ‘rareza o extravagancia’.

P. Keternen says
24 de abril de 2009, 22:12

Ya inturás, Miguel, que Stlánik (desparecido en su vaina) acabará justificando la utilización del "bizarro" en Lynch. Que si en su caso se ajusta al significado etimológico patrio más que al anglosajón, que si es ya un modismo que la vieja institución que limpia, pule y da esplendor no es capaz de reconocer, etc. Lo mismo hasta tira de Corominas.
Pero haces muy bien en afeárselo. Esperamos ansiosos la embestida del culturista.
Es una satisfacción tener lectores tan atentos.

J says
25 de abril de 2009, 9:09

Llevas toda la razón, Miguel, pero como comprenderás no soy yo -modestamente- de los que desconocen ambos significados: el clásico, ya en desuso (hay una obra de Lope, por ejemplo, que se titula "Las bizarrías de Belisa"), y el moderno, calco semántico del francés y del inglés.
En ciertos contextos culturales (llamémoslos underground) el término "bizarro" pretende apresar los rasgos de ciertas manifestaciones artísticas caracterizadas por su rareza, por su carácter excéntrico o por la práctica (deliberada o no) de una estética de lo feo o de lo desagradable. Posiblemente existan términos en castellano que puedan utilizarse para nombrar esa categoría estética -que es bastante imprecisa y amplia, por cierto- pero aquí, como en otras otras cosas, estamos a merced de la cultura imperante y, como sabes, las recomendaciones académicas de hoy se convierten en concesiones mañana, pues contra los usos lingüísticos de la plebe nada pueden los guardianes del lexicón.
Hay un ejemplo muy escolar que puede ofrecer alguna analogía con lo que estamos planteando. "Real" es la forma que comparten tres palabras distintas, aunque homónimas. Estoy seguro de que la mayoría de los hablantes desconoce que cuando utiliza el "real" que se refiere al campamento militar o a un recinto ferial, está utilizando una palabra con etimología árabe ("rahal"). Pero ese es su origen, y en su evolución influyó la cercanía fonética con "real" (de "regalis"), lo que además subraya la tendencia de los hablantes a rentabilizar significantes que ya conocen, y a practicar antes la polisemia (aunque no sea falsa, como es el caso) que la multiplicación léxica.
Otro ejemplo, quizá no tan parecido, pero que tiene que ver con contagios y concesiones. La palabra "plausible" significa, en su origen, "digno o merecedor de aplauso". Así la utiliza siempre, por ejemplo, Baltasar Gracián. Hoy tenemos en el diccionario una segunda acepción que es "atendible, admisible, recomendable", que también se ajusta a la etimología, pues "plausibilis" viene de "plausus", que además de "aplauso" significaba "aprobación". Lo que no dice el DRAE es que "plausible" sea sinónimo de "creíble" o "verosímil", acepción que proviene del "plausible" francés y que hoy está generalizada (tanto que el Panhispánico de dudas ni lo menciona). Hace doce años un profesor mío ponía el grito en el cielo ante tamaño desafuero semántico.
En cualquier caso, insisto, lo importante no es que se produzcan estas contaminaciones (todas las lenguas crecen gracias a esos contagios), sino que no se ignore el significado clásico. Yo creo que el significado moderno (pero todavía muy minoritario) de "bizarro" puede servir para dar a conocer el original del roman paladino. A mí me gusta, precisamente, por esas resonancias clásicas.
Y también me gusta porque sirve para sellar una hermosa amistad.

P. Keternen says
25 de abril de 2009, 11:00

Ya ves, Miguel, cómo se las gasta. "Sella" (precinta, ratifica) vuestra amistad y "sella" (concluye, pone fin) desde la elipsis despreciativa la que tenía con Keternen, que yace ahora ajado por el aliento que vino desde Siberia.
¿Literatura del miedo en los comentarios? Plausible.

Miguel says
25 de abril de 2009, 18:15

Las razones que presentas, Stlánik, para justificar el uso del malhadado adjetivo son totalmente válidas, y mucho me temo que tratar de preservar esa palabra de la contaminación de su homógrafa anglosajona es una batalla perdida, como todas en las que me empeño en participar. Es haber sido testigo de cómo se ha producido esa contaminación, a través de una ralea que sin conocer lo propio ha digerido -mal- una "cultura popular" pésimamente traducida, lo que me enferma.
Ya tuve una discusión similar con un amiguete del trabajo, muy "siniestro" él y con ciertas inquietudes, pero que parece un injerto cultural llegado de una realidad paralela y totalmente ajena al mundo donde vive.

J says
26 de abril de 2009, 10:52

Es interesante ver cómo una discusión de carácter léxico enseguida nos pone en contacto con la realidad de nuestro tiempo.
Lo que comentas sobre ese compañero tuyo sirve para constatar cómo ha cambiado el concepto de transferencia cultural, que ya no es un patrimonio que se recibe y que, además de proporcionar conocimientos y una visión del mundo, servía para establecer una continuidad con el pasado y, por lo tanto, para sentirse parte de una tradición.
Ahora la cultura es, en muchos casos, el resultado de una elección aparentemente libre. Los "siniestros" como tu compañero son un caso bastante paradigmático. ¿Es mejor o peor? No sabría qué decirte. Yo sospecho que la adopción de estos modelos culturales tienen más que ver con la estética que con cualquier otro valor, y que bajo la supuesta libertad de elección operan determinaciones sutiles, pero muy eficaces.
Lo que no me cabe duda es que entre el modelo cultural tradicional y estos nuevos paradigmas sí hay una diferencia sustancial: los primeros son mucho más ricos que los segundos.

Lansky says
27 de abril de 2009, 8:09

Bravo por vuestra cortés y bizarra polémica, Miguel y Stlánik. Siempre he pensado que el Corominas es uno de los mejores amigos del hombre como el María Moliner lo es de las mujeres, mucho más eficientemente triviales (Por cierto, ¿quedará 'trivial' como un sinónimo de juego de mesa sobre el significado de las palabras?)

Miguel, lo tierno no quita lo miedoso. Abel Tiffauges, el protagonista de la historia de Tournier es una mezcla de ogro depredador y adolescente perverso (si ambas cosas no son lo mismo) predestinado a una misión en Prusia, cuna de la nación alemana,y un pretexto para mostrarnos el lado enfermizo, tierno y oculto del ser humano: sus miedos. De todas formas, en mis lecturas siempre me debato entre ser como un disco plano que todo lo abarca, incluyendo las novedades, o un pequeño alfiler que casi nada incluye pero penetra hondo, como en las relecturas. Creo ser un híbrido de ambos, es decir, el eficaz invento de la tachuela o chincheta, pero a Tournier aún no le ha llegado el turno en mis relecturas, así que puede que tengas razón.

A. Bettik

Buenos días. En un bucle hacia los comentarios primeros, me permito reivindicar "El inquilino" de Cercas. Mucho mejor, me parece a mí, que los "Soldados". No sé si muy conocida...

Saludos.